Otoño, invierno, primavera y otra vez Extranjería
El único lugar de España que me da miedo es el departamento de Extranjería, hay varios, uno muy lindo cerca de la Gran Vía, otro pequeño en Tetuán y el despropósito de Aluche.
El edificio tiene mucho más que ver con la arquitectura catalana moderna que con la utilizada por gran parte de los edificios públicos del país en viejas construcciones de fin de siglo. Aluche está lejos, para lo que es Madrid.
El camino es fácil de distinguir, gente que va hacia una misma dirección con carpetas y miedo. No hay otra forma de ir a Extranjería que no sea con temor. Debería estar fuera de España, los empleados no se ríen, no quitan la mirada del ordenador y pareciera que ellos también tienen miedo, no hay por favores, ni qué tal, ni gracias. Todo en apariencia es hostil, el detector de metales, los rostros, el descampado que rodea la zona.
Entre los extranjeros no hablamos, nos limitamos a hacer filas, a equivocarnos de fila y a volver al final de otra fila. En Extranjería de Aluche se hacen tres tipos de trámites y sus derivados, Permiso de estancia, Regreso y Arraigo. Para cada uno es necesario concurrir un mínimo de 3 veces, con suerte, para resolver el trámite deseado. Se pida lo que se pida, se presenta y se retira de de manera personal, pero paradójicamente, es imposible presentar los papeles solicitados sin la intervención de al menos 5 personas ajenas por completo al trámite.
Así es Madrid, todo está matemáticamente calculado para que aquello de la cadena de favores funcione.
Desde que a fines de octubre supe que empezaría a vivir aquí tengo mucho miedo de no lograr nunca ese DNI o NIE, en el caso de los inmigrantes. No por rebotar y tener que recomenzar la papelería, sino porque era un “no te queremos aquí”, algo así como empezar una relación y que el otro te diga “no sé si me gustas, pero probemos”.
Pedí turno desde Buenos Aires y claro, no sirvió de nada, porque había papeles que solo se podían firmar en Madrid, como el empadronamiento y la constancia actualizada de estudios.
Cuando voy a Extranjería de Aluche, no sé si avisarle a algún amigo o hacerlo en absoluta reserva. Voy sola, rezando y pensando posibles respuestas por si me rebotan el permiso.
Siempre que bajo del metro, compro gominolas en Don Pipo, llevo el paquetito de un euro que ya viene cerrado y juego a tener suerte. Si me toca una gominola muy rica o una muy rara, seguro me va bien. Camino los 200 metros entre Don Pipo y Extranjería, masticando chuches y viendo las caras de miedo. Esos días exagero el maquillaje.
El detector de metales pita por algo que llevo puesto. El señor de seguridad mueve la cabeza a un lado y como estamos ahí tan solos y sin música, lo interpreto como un “pasa”, pero es el mismo gesto que hacían los galanes de los 60’ para invitar a bailar a una chica.
La segunda vez que fui a Extranjería, comprobaron que tengo huellas clase B, es decir que se notan poco. El empleado estaba un poco cansado de repetir el procedimiento y yo muy asustada, entonces me ofrecí a limpiar el lector de huellas dactilares. Tomé alcohol en gel de mi bolsa un pañuelo de papel y froté el vidrio de 5 por 3 centímetros, pero el aparato tenía un pegote propio que al contacto con el alcohol y el papel se transformó algo viscoso tipo gremlins.
-Lo vas estropear. Deja ya – me dijo el empleado y yo pensaba, porqué no me habré quedado quieta y callada como la señora de al lado con su burka tan tranquila. Me imaginaba pagando el arreglo del aparato y sin NIE, solo por boluda y comedida.
Desde el martes que puedo pasar a buscar los resultados, que se estaban evaluando desde el 20 de enero, y que los había iniciado el 4 de noviembre.
El martes, tuve miedo y no fui, el miércoles tuve más miedo aún y tampoco fui. Hoy me levanté y por primera vez en muchos meses tomé mate en el desayuno. Le avisé a una amiga que es muy buena consolando a la gente, que me iba a Extranjería, el purgatorio de los inmigrantes.
Suena, para variar, la alarma del detector de metales cuando ingreso.
Pasa – me dice el hostil señor de seguridad.
Esa alarma me suena en Cibeles, en el Prado y en la Biblioteca, pero las respuestas son: pasa guapa son los pendientes, pasa guapa pita siempre, pasa que ya he llamado para que la arreglen. El pasa, sin el guapa, sin la explicación, sin la broma, y con tres policías detrás es bastante feo.
Hay mucha menos gente. Me piden el pasaporte y el papel del trámite en conjunto con otra persona y me parece que algo va a salir mal. Porqué juntarnos. Me llaman, de pie me entregan la tarjeta. Camino hasta la salida y un policía con el que choco por mirar lo mal que salí en la foto de mi nuevo DNI me dice:
-Que sonrisa llevas guapa.
¡Hala de nuevo en España!
A lo mejor el que ideó el sistema de este lleve y trae y de permisos, es fan de Kim Ki Duck, pero desde la primera cita hasta la siguiente, ya para renovar la estancia, ya lejos de Aluche, y muchísimos menos papeles que presentar pasaré por las cuatros estaciones. Así de romántica es Madrid.