Qué me pasa, doctor

Nada, solo que nos han intentado timar, no es grave. Aunque podía haberlo sido. El intento de privatización del sistema público de sanidad madrileño era una perversa operación diseñada a escuadra y cartabón para entregar pedazos frescos de la res pública al sector empresarial. La salud de 1.2 millones de madrileños quedaría a merced de la “sostenibilidad económica”. La aleación de protestas, huelgas y medidas legales, unido seguramente a la cercanía de las elecciones europeas, y un poco más allá, autonómicas y municipales, han hecho capotar la iniciativa. Sin embargo, desengáñense: esto no ha hecho más que empezar. En la comunidad de Madrid el pastel es de 7000 millones de euros, que es lo que se invierte en sanidad pública, algo demasiado goloso para que los aspirantes a “lobos de Wall Street” se desentiendan. Cuando todo amaine, volverán a la carga con algo que esta vez no tenían bien pergeñado: números concretos, cifras que manipularán para que asalto no parezca un dogma de fe neoliberal. Será rápido para que la opinión pública no tenga tiempo a reaccionar, y las movilizaciones no pongan al descubierto las falacias. Las puertas giratorias por las que políticos salen de la administración y entran en la empresa privada se moverán tan veloces como si Supermán hubiera tenido una urgencia, y se ocuparán de que las irregularidades cometidas en esta ocasión no vuelvan a repetirse. Esto ya sucedió en Valencia;  la estrategia fue progresiva, y a pesar de que nunca salían las cuentas, se ofertó no solo hospitales, sino toda la atención primaria. Departamento tras departamento, la salud de uno de cada cinco valencianos acabó dependiendo de pautas mercantiles. Se ha intentado en Albacete y Ciudad Real, también en Extremadura, con diversos métodos travestidos de bondad capitalista. Ya conocemos el antídoto: tener la mano siempre en la culata de la protesta racional, paciente y sostenida; almacenar munición para mantener un nutrido fuego legal, en distintos tribunales y con diferentes denuncias; apuntar con el pulso firme de una organización al margen de los cauces clásicos. Un poco de suerte tampoco nos vendría mal. 

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