Poison special Christmas













Poison special Christmas



Maju está terminando de colocar los adornos del árbol navideño con su hijo Chema. En unas horas llegarán sus tíos y su primo; cenarán juntos como todas las Nochebuenas. La abuela está en una residencia y es la primera vez que no les acompañará.

A las ocho en punto de la tarde, suena el timbre del hermoso adosado de Bétera en el que viven.

Hola Chusa, cielito ―Maju besa efusivamente a su cuñada―. Paco, querido hermano. ¡Qué bien te veo! ―le da un abrazo―. ¡A ver ese pequeñín que es mi ojito derecho! Francis, ¡estás hecho un mozalbete, bribón…!

El jabato le da un beso ―sus mejillas se encienden cuando Maju pestañea.

―Tía Maju que ya tengo diecisiete años ―dice cabizbajo.

―Ya lo sé. Naciste un mes antes que mi pequeño. ¡Chema! ―vocea―. Ven a saludar a la familia.

Chema besa a los tíos y abraza a Francis.

―Primo vamos a jugar a la Play ―le comenta sonriendo.

Maju ayuda con las prendas de abrigo.

―Mi José bajará en un momento. Hace media hora que llegó del trabajo y está duchándose ―comenta a la pareja.

―Tranquila, cielo ―indica Chusa.

Cincuenta minutos después, están sentados en la mesa de haya Ikea-Zaragoza, deglutiendo los sabrosos ibéricos que están esparcidos sobre la mesa en modernos platos estilo japonés.

 Se ponen como gorrinos tras devorar el cóctel de langostinos, el suculento caldo de invierno y la paletilla de cordero. Para rematar, se ceban con turrones de Jijona ―variados―, licores y cafés.

Sobre la una de la madrugada, los chavales están hipnotizados con la pantalla LCD y la nueva Play ―gentileza de Papá Noél―. Los matrimonios charlando de nimiedades bastante ebrios con los copazos de whisky que se han metido.










***


El 112 está a rebosar. Como todas las Navidades, los días festivos tienen más trabajo que de costumbre. Accidentes de tráfico. Disputas familiares. Comas etílicos. Divorcios exprés. Animales perdidos. Indigestiones múltiples…

Beatriz contesta a una llamada.

―112. Dígame.

―Señora, estamos enfermos…  ―susurra una voz lánguida.

―No le escucho bien. Repítalo, por favor.

―Los alimentos estaban en mal estado. Nos morimos…  ―responde el murmullo.

―Dígame la dirección.

Beatriz toma nota. Inmediato, contacta con la policía y el SAMU.

―Posible intoxicación alimenticia ―dice a los servicios de urgencia.

Un cuarto de hora más tarde. Los agentes de la ley irrumpen en el adosado de Maju y José. El espectáculo es dantesco: seis cuerpos yacen en el salón.

Los médicos intentan la reanimación. Los padres fallecen por parada cardiorrespiratoria. Los niños, logran superarlo. Los trasladan ―de inmediato― al Hospital Nueve de Octubre de Valencia.

72 horas después, Chema y Francis, siguen en la UCI. Apenas tienen contacto con el resto de la familia ―fragmentada por todo el territorio español―. La única visita: la abuela.

Las autopsias revelan muerte por envenenamiento múltiple. Las toxinas estaban dispersas en los alimentos. Un cóctel molotov para los estómagos. El sepelio es discreto. Vecinos y allegados.

La abuela, se yergue como tutora de ambos primos. Vivirán en el fatídico adosado. Se le lava la cara y se redecora. La herencia es suculenta.

En la Nochebuena siguiente. El trío solitario cena tranquilamente.

―Chema, Francis, estoy muy orgullosa de vosotros.

―Gracias “abu” ―contesta Chema.

Francis se levanta y le da un beso.

―Si no hubiera sido por ti, seguiríamos siendo víctimas.

―Lo sé queridos. Tu padre ―señala a Chema― y tu madre ―indica a Francis―, sufrieron abusos sexuales; ya lo sabéis. Es algo que pasaba de generación en generación. Un protoplasma oscuro y asesino, inmerso en los genes. Un tipo de inmoralidad repugnante, habitual en numerosas familias. Sin embargo, es tan repulsivo que se tapa. Callé con mis hijos: mea culpa ―se toca el corazón―. No podía hacer lo mismo con vosotros.

De los ojos arrugados de la anciana, resbalan unos gruesos lagrimones.

―Te queremos mucho ―dice Chema.

Los nietos la abrazan.

―Cuando te ingresaron en la residencia, temimos por tu vida ―sugiere Francis.

―Lo hicieron para que no mediara en sus blasfemos rituales ―indica la longeva―. Pero, ya sabéis que mis dedos largos llegan a  muchos lugares.
Ambos jóvenes asienten.

―Hijos, yo temí por las vuestras. Antes del suceso y después…

―Bueno, todavía no somos químicos  como tú ―indica Francis.

―Os pasasteis con el veneno, ¡por casi la palmáis como ellos! ―reniega la veterana.

―Seguimos tus instrucciones. Estaba todo controlado  ―finiquita Chema besándola en la frente.

Mi idea no podía fallar; un envenenamiento encubierto por la ingesta de alimentos contaminados ―suelta la abuela.

―¡Fue magnífico! “Abu”. Eres mejor que el mismísimo Sr. Heisenberg ―termina por decir Francis.

―¿Quién?... ―pregunta la abuela.

―Toda una personalidad televisiva. Ya te lo presentaremos. Ahora, lo importante es que somos libres y mayores de edad ―sentencia Chema.

―Además, el caso está cerrado. ¿Quién iba a sospechar de dos teenagers y una anciana? ―recapacita Francis.

―Con unos años de universidad os convertiréis en unos químicos excepcionales. Aprendéis muy rápido. Quizás demasiado ―concluye una anciana muy animada.

―Jajajaaa…

La triada poison, se desternilla. Lo que desconocen los mocetones, es que la abuela ha vuelto a hacer de las suyas. Siempre liquida a alguien en las Navidades desde que su padre le robó la virginidad y ésta, no será la excepción.




Anna Genovés
19/12/2013
19:19h

Derechos reservados 
a su autora




2 Comments

  1. Incluso me he reído con la humorada final. Creo que a Freud también le hubiera gustado el cuento, por lo del concepto unheimlich.
    Enhorabuena, Miss Genovés.
    JL

    Reply
    • Ciertamente es unheimlich. No es que lo haga a propósito; lo cierto es que vive en mí. En mí día a día soy Wally. Ahora, cuando escribo… lo angustioso y siniestro sale al exterior sin que pueda ni quiera frenarlo.

      Sólo imaginando vuelo libre.

      Muchas gracias, Mr JL. Un abrazo, Anna

      Reply

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