Aún no termino de creer que haya transcurrido un año desde aquel 30 de noviembre de 2012 en el que por fin arrancaba el viaje de El sol de Argel con una presentación en Madrid. Dicen que el tiempo pasa deprisa cuando te suceden cosas buenas, y aunque 2013 ha sido un año algo complicado, de alguna manera la novela siempre consigue arrancarme una sonrisa y darme la energía suficiente para seguir peleando por esto. Publicar el libro suponía cerrar una puerta para abrir otra. Una decisión importante, como tantas a las que nos vemos obligados a hacer frente en la vida. Lo que se escondería detrás de esa puerta era a esas alturas una auténtica incógnita, y el vértigo podía en ocasiones más que la ilusión. Quién se cruzaría con el libro, a quién le interesaría, cómo y cuándo llegarían las primeras –e inevitables– críticas… Todo eran preguntas de las que no tienen fácil respuesta. Pero después de años escribiendo, esta novela era el único texto en el que yo creía. Acaso lo único que querría salvar y compartir con los demás de todo lo que tengo escrito, y esa certidumbre logró que a primeros de 2012 empezara a mandar el manuscrito a todas las editoriales posibles.
Es curioso cómo durante el periodo de escritura de El sol de Argel –esos largos meses en los que la novela no tenía ni título– pensaba que las horas frente a la página en blanco o a medio escribir eran los momentos más arduos. Poner el punto y final, decidir el preciso momento en el que la historia ha terminado no era lo más complicado. Ni tan siquiera el tedioso proceso de corrección, con esos días inacabables en los que destrozarías la mitad de los capítulos y reformarías los diálogos hasta cambiar la esencia de lo que estabas diciendo…Lo realmente duro fue lidiar con la sensación de indiferencia de la mayoría de editores, el sentirse invisible, ver cómo los meses pasaban hasta que llegó la primera carta de rechazo. Un proceso que ahora veo necesario y del que, de alguna extraña manera, salí con más fuerza.
Con todos los defectos que –casi– toda primera novela tiene y mil cosas que seguramente a día de hoy cambiaría si pudiera, El sol de Argel veía la luz a finales de noviembre. También atrás quedaban las sinceras valoraciones de ciertos editores que me decían que era un libro “con una historia poco comercial”, una historia que sería muy difícil que “conectara con un lector medio español”. Y las cartas de rechazo con idénticas argumentaciones que casi todos los que escribimos tenemos guardadas: “novela muy bien trabajada, interesante y desarrollada con calidad que sin embargo nos vemos obligados a rechazar por todas las propuestas que tenemos encima de la mesa en estos momentos”.
Guardo muy buen recuerdo de una presentación con mucha más asistencia de la que imaginaba y con unos grandes padrinos: el escritor Ignacio Ferrando, que para mí es todo un ejemplo de lo que ha de ser un autor, y el periodista y poeta Álvaro Petit, a quien acababa de conocer y que a día de hoy es un gran amigo. Como todo el mundo sabe, el acto de presentación de un libro es un momento en el que se suelen alabar de manera hasta cargante las virtudes de la obra en cuestión, así que me alegré de que en esa presentación se destacara algo de lo que sí estoy muy orgullosa y considero que es cierto: el hecho de que sea una novela trabajada. Imperfecta, por supuesto, siempre mejorable y totalmente criticable. No tengo problemas en decirlo de manera abierta. Pero, por encima de todo, un libro en el que creo que di lo mejor que en esos momentos tenía. Una novela que yo concebí como una historia de superación, de una persona que lucha por volver al camino cuando la vida de repente le aparta de él. Un libro en el que hablé de todos los temas que me obsesionan como autora y como lectora: lo que ocultamos a los demás y nos ocultamos a nosotros mismos, el peso de la identidad en la vida, las obsesiones y los difíciles caminos por los que nos llevan y la incomunicación. Una obra que, además, es un homenaje al poder salvador de los libros, y en la que yo quería que tuviera un gran peso El extranjero. Sé que fue una decisión muy arriesgada. No a todo el mundo le ha gustado el juego con el libro de Camus y mucha gente me lo ha dicho abiertamente. Un par de editores incluso me advirtieron del riesgo de apoyarme tanto en una obra que quizás hoy no todos los lectores valoran. Sin embargo, si algo tenía claro en ese momento es que El sol de Argel sería tal cual yo la había concebido, tanto si salía a la luz como si regresaba al cajón.
Mucho sabéis ya del resto del viaje del libro: mi entrada en redes sociales, algo hoy imprescindible -aunque esclavizante- para un autor que comienza, los viajes por diferentes ciudades para dar a conocer la obra, la alegría de estar presente en la Feria del Libro de Madrid, la felicidad de donar ejemplares para hacer varios sorteos solidarios a favor de animales…Unos meses en los que las experiencias personales han sido muy especiales e intensas. Pienso, en primer lugar, en libreros que no dudaron en darme su apoyo en estos tiempos tan complicados, lectores que me han escrito desde países como México o Argentina con historias y reflexiones que me han tocado, blogueros que me han recomendado, gente que nunca pensé que leería un libro como el mío…
Y también, por supuesto, unos meses con muchas sombras: las pocas ventas, la pelea constante por llegar a las librerías y hacerme un hueco, el pirateo de la versión en ebook que sacamos, la decepción de la gente cercana que nunca se atrevió a leer la novela o el nulo apoyo de compañeros escritores ya consolidados que ni siquiera se interesaron por el título de mi obra…
En fin, no hay nada perfecto en esta vida. No obstante, este texto que escribo a modo de balance un año después creo que es más luminoso que oscuro. Y eso que me encuentro en una profunda fase de estancamiento con la nueva novela que empecé en verano. Una fase en la que me replanteo todo y a veces llego a pensar que no tengo las herramientas necesarias para seguir adelante con esto. Que soy sólo alguien que un día escribió un libro y tal vez no vuelva a hacerlo. Que acaso soy una farsante y he engañado a mucha gente que confiaba en mí. De nuevo, suposiciones. Y miedos, muchos miedos siempre. ¡La vida dirá! Todo esto me demuestra que un libro publicado no ha cambiado lo que pienso de mí y sigo sabiendo que sólo he dado el primer paso. La escalera es siempre larga y es mejor ir despacio, pero estoy agradecida a todos los que me sostenéis los días en los que creo que no voy a conseguir ascender más.
Para todos vosotros, los que estabais al principio, cuando esto era poco más que la historia de un idilio con un edificio madrileño que me enamoró, y los que habéis ido llegando para quedaros, esta novela imperfecta es tan vuestra como mía.