‘Sólo hablamos en ruso’. Crónica del #hendricksmidnighttea

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Herschel era músico y era astrónomo, y en 1781 descubrió Urano, que una vez fue el séptimo planeta. De todos es sabido que los astrónomos tienen el extraño privilegio de nombrar los objetos espaciales que descubren, así que Herschel, en un arranque de inteligencia, bautizó a Urano antes de que se llamara Urano como el Planeta del Rey Jorge y consiguió su objetivo: el rey Jorge III le concedió a Herschel la categoría de miembro de la Real Sociedad de Ciencia y le otorgó una pensión vitalicia.

Herschel ya no tuvo que preocuparse de llevar comida a la mesa nunca más.

Pero sí de su pasión: los telescopios gigantes. Construyó uno que, durante un breve periodo de tiempo, instalado junto al edificio del Real Observatorio de Madrid, sirvió de entretenimiento a Carlos IV, que terminaba sus paseos deteniéndose ante el telescopio, avivada su curiosidad por la luz que permanece de las estrellas muertas.

Es una historia bonita.

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La noche del jueves Hendrick's, la marca de ginebra, nos citó al pie de la colina que alberga el observatorio; el plan, resumido en el hashtag #hendricksmidnighttea, incluía la visita a la réplica del telescopio de Herschel (que me hizo pensar en la capacidad de los hombres del XVIII para descubrir planetas con medios que ahora cualquier niño se encuentra en su caja de 'experimentos científicos' de regalo de Reyes; y, viceversa, en la inutilidad que demostraría el hombre del XXI si se despertara de repente en 1780); también incluía el plan un paseo en calesa por el centro de Madrid y un “té de medianoche” (felizmente aliñado con Hendrick's, por supuesto) en una de las floristerías con más historia de la ciudad y sobre la que ya he escrito en este blog, El Jardín del Ángel.

Por un momento, más o menos a las ocho de la tarde, sentada en la salita con Vituperio, pensé en no ir. Hacía fío y no había sido uno de esos días excepcionales en los que se van acumulando éxitos como la energía en los videojuegos. Más bien al revés, pero la propuesta prometía demasiado como para perdérsela.

Me puse un suéter y una chaqueta de lana sobre el vestido de constelaciones de Brianda y subí la cuesta de Moyano ya desierta, con todas las casetas cerradas, en dirección a la calle Alfonso XII, número 3. Helada, hablando por teléfono con mi hermana, me fijé en que todas las luces eran amarillas... luces entre los árboles como llamadas de atención; centinelas silenciosos de los espacios vacíos. Al final del camino, en el punto de encuentro para el inicio de la aventura, me encontré con Agus Alonso, el Gentrificador, ataviado con una perturbadora pajarita, y me alegré de no iniciar el recorrido nocturno perdida por completo entre desconocidos. La noche empezaba a ponerse de mi parte.

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Más allá de la historia de Herschel, Hendrick's me ganó, es un hecho, porque me regaló una manta. Como si la marca hubiera tenido espías acechando mi intimidad durante décadas para dar con el regalo perfecto: una manta de cuadros con la que protegerse las piernas durante el trayecto en calesa en el que Agus y yo nos convertimos en personajes rusos de una novela a medio camino entre Tolstoi y Dostoyevski... cómo nos reímos. La gente en los coches y los autobuses nos saludaba al pasar; nos hacía fotografías. Debían de preguntarse quiénes éramos mientras nos subían a sus perfiles de Facebook poseídos por una envidia que siempre se acepta al ser descrita como “sana”. Moraleja: no hay que dudar del poder de los adjetivos. Moraleja dos: regálame una manta e iré hasta el fin del mundo más contenta que unas castañuelas.

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