LVMM (3): Martha Asunción Alonso y un ramo de versos.

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Pensé, antes del primer termo de café a sorbitos de incienso en la taza de Marley, que no me iba a ser tan difícil escribir sobre “los versos más míos”. No. Se trataba, al fin y al cabo, de hablar de amor. Deudas de amor poético: pero amor. ¡Amor! El mío. Los míos.

 Me equivocaba, ay. Me equivocaba.

Cierto es que me libré de la filología, de algún modo, para eso: aprender de nuevo, y antes de que fuera tal vez demasiado tarde, a hablar de amor -desde el amor- cuando se trata de poesía. Así lo conté, o lo intenté, desde la isla en un poema sin título que, hoy, en este preciso segundo, tratando de cortar “los versos más míos” para hacer un ramo con ellos, veo como en verdad siempre fue: signo de interrogación de los pies a la cabeza que no tiene. Por eso no podía tener título. Por eso y porque quien lo escribió, como todo lo que lleva mi firma, no soy yo. Nunca fui yo. Apenas.

Porque resulta (hoy, en este preciso segundo me doy más cuenta que nunca) que yo no sé nada de poesía. Ni amor. Que yo no sé cómo se escribe un poema, ni un libro de poemas, ni por qué, ni para quién, ni para qué, ni cómo han de leerse, ni leerlos yo, ni qué demoños o qué ángeles son la poesía y el amor y la belleza, ni qué no lo podrá ser nunca, ni (al segundo termo de café me di cuenta -mejor dicho: Marley, desde la taza helada, se dio cuenta-) qué versos son los más míos: ¿qué bocanada de oxígeno es la más mía?

No sé. Sólo sé que no era, para nada, tan fácil como pensaba. Y que está bien así. Es hermoso así. Pero hacía falta esta raza de preámbulo, esta excusatio (o explicatio) non petita. Pues resulta que mi alma es el encefalograma plano del poema, como dice alguien en aquel verso que firmé una vez pero jamás escribí: quizá -seguro- lo escribió Rimbaud en aquella carta a su amigo Paul Demeny.

 Yo, como todo hijo de canción, soy otr@.

 Y, ¿qué culpa tiene el cobre si un día se despierta convertido en clarín?

*

Estos “versos más míos” nada tienen que ver -y el que avisa también es un traidor- con la verdadtodalaverdadynadamásquelaverdad.

Estos “versos más míos” que se siguen no serían los mismos, por ejemplo, si en vez de café hoy hubiera té en mi taza de Bob Marley. Si en vez del corazón de Marley hubiera escogido esta mañana beberle el bigote a Marcel Proust. Si Lou Reed no estuviera ahora cantando en tocadiscos del planeta entero I want to flyayay, fly flya awayayayyyy

Estos “versos más míos” que ahora, hoy, en este preciso segundo se siguen, son relámpagos. Memoria (hoy, ahora y paremos de contar) de gatos pasados que pude acariciar porque no siempre caían de pie. Para levantarse, escribían y me dejaban luego firmarles los poemas.

*

En una de aquellas muertes, ahora lo recuerdo, acaricié un gato enfermo y André Gide vino desnudo, recién curado de toda moral en El-Kantara, para acariciarnos a nosotros y enseñarnos las palabras mágicas que cierran sin vuelta atrás la puerta estrecha hacia la sed. Nos abren el universo de las fuentes:

Nathanaël,
yo te enseñaré
el fervor.

En  otra de aquellas muertes, ahora lo recuerdo, acaricié un gato encerrado y vinieron a vernos al calabozo, tomados del brazo, Charles d’Orléans -el poeta príncipe y príncipe de los poetas- y François Villon -el poeta asesino y asesino de curas-. Traían de regalo un pastel con una lima verde dentro, como en los cómics de Lucky Luke. En la lima ponía:

Morir de sed junto al fuente…

            Y también ponía: 

…y sabrá mi cuello
lo que mi culo pesa…

           Y:

Mirando hacia el país de Francia,
resultó que un día, en Dover, sobre el mar,
recordé el dulce gozo
que encontraba yo antes en el país aquel;
así comenzó mi corazón a suspirar,
si bien es cierto que mucho bien me hacía
el ver Francia, que mi corazón tanto ama.

En otra de aquellas muertes, ahora lo recuerdo, acaricié un gato gris a las puertas de un colegio en Leganés. Aquel colegio se llamaba Miguel Hernández y en la biblioteca había un cuadro donde se leían estos versos suyos:

Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.

Aquel colegio se llamaba Miguel Hernández y en la biblioteca no había ningún cuadro donde se leyeran, aunque igualmente se aprendieran, estos otros versos suyos: 

Me libré de los templos: sonreídme,
donde me consumía con tristeza de lámpara
encerrado en el poco aire de los sagrarios.
Salté al monte de donde procedo,
a las viñas donde halla tanta hermana mi sangre,
a vuestra compañía de relativo barro.

En otra de aquellas muertes, ahora lo recuerdo, acaricié un gato negro que buscaba en un cubo de basura los versos que se arrancó Joan Margarit para su desaparecida hija Joana:

Nadie sabe esperar como una calle.
(…)
Estar muriéndote
es vivir aún

En otra de aquellas muertes, la última que hoy, ahora, en este segundo preciso puedo y voy a recordar (el disco de Lou Reed y el café jamaicano del termo se me están acabando), acaricié un gato rabioso: me arañó. Fue la misma noche en que Idea Vilariño escribió:

Ya no será
ya no
no viviremos juntos
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme
nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.

No llegaré a saber
por qué ni cómo nunca
ni si era de verdad
lo que dijiste que era
ni quién fuiste
ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido
vivir juntos
querernos
esperarnos
estar.

Ya no soy más que yo
para siempre y tú
ya
no serás para mí
más que tú. Ya no estás
en un día futuro
no sabré dónde vives
con quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca
como esa noche
nunca.

No volveré a tocarte.

No te veré morir.

Vilariño

Idea Vilariño  (Montevideo, 1920 – idem, 2009) fue poeta, ensayista, traductora (de William Shakespeare y Raymond Queneau, entre otros), crítica literaria, compositora y profesora de literatura. Habitualmente se afirma que perteneció al grupo uruguayo de escritores e intelectuales denominado “Generación del 45″.

Apoyó la revolución cubana y, a la muerte de Ernesto Che Guevara, compuso el célebre poema “Digo que no murió“. Huyó de la dictadura uruguaya y viajó -poeta y militante- por Europa y América.

En el año 2000, se publica en Uruguay su Poesía completa (Montevideo, Cal y Canto).

El poema aquí citado lo escribió, según contara ella misma, al poner fin a su difícil relación sentimental con el también escritor Juan Carlos Onetti. O quizás ya no

***

Martha Asunción Alonso (Madrid, 1986) recibió en 2012 el Premio Nacional de Poesía Joven Miguel Hernández, otorgado por el Ministerio de Cultura español a su poemario Detener la primavera (Hiperión, 2011). Anteriormente, Detener la primavera ya había sido galardonado con el Premio de Poesía Joven Antonio Carvajal. En ese mismo año, se le otorgó el Premio Adonáis 2012 por La soledad criolla (Ediciones RIALP, 2013).

Es también autora de los poemarios premiados Crisálida (Editorial Alhulia, 2010, Premio de Poesía Joven Nuevos Creadores de la Academia de Buenas Letras y el Ayto. de Granada) y Cronología verde de un otoño (UCM, 2008, Premio Blas de Otero). En 2009, recibió el Premio La Voz + Joven de la Obra Social de Caja Madrid (2009) y el accésit del Premio Antonio Machado de la Fundación de Ferrocarriles Españoles (2009).

Su licenciatura en Filología Francesa por la Universidad Complutense de Madrid la ha llevado a vivir, escribir y trabajar, como docente en secundaria, por diferentes lugares de la Francia metropolitana y de ultramar. Ha cursado además estudios de Historia del Arte y centra su actividad investigadora en los ámbitos del street art y el graffiti.

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