Un grupo de escritores pertenecientes a cuatro generaciones, desde Vila-Matas a Adriana Bañares, han rendido su particular homenaje a Louis Ferdinand Céline. Sentimos la experiencia de Céline envuelto en sus propios vómitos o heces durante la I Guerra Mundial mientras viaja en un barco de presos. Nos recuerda a las imágenes de Senderos de gloria. O vemos a los en su día jóvenes Ginsberg y Burroughs visitar a Céline en su casa de París con la cercana mirada de su esposa.
La obra, que ha editado Lupercalia, a la que he de felicitar por haber dado el paso de reunir en este volumen a literatos capaces no solo de rendir su personal y colectivo tributo a Céline sino también de continuar su legado analizando a las personas, a las sociedades y a las instituciones de nuestro tiempo. Cuando uno tiene entre sus manos este libro se percata de que es una edición cuidada, desde su cubierta diseñada con una foto del autor francés que da una sensación de estar en trance, hasta la selección de los participantes. Un pequeño detalle para que este libro resulte redondo: el tamaño de la letra un par de puntos más grande. El aumento de las páginas lo agradeceremos los lectores porque facilitará su visión. Es fácil de corregir esto en la próxima edición.
Julio César Álvarez y Vicente Muñoz que son los antólogos, han apostado además por mostrar con sus compañeros las miserias de nuestro tiempo. Los problemas de misioneros y cooperantes para hacer su labor en África por las guerras civiles que impiden los procesos de vacunación de la población. Ponen el acento en la llaga al denunciar el papel de los tertulianos que hablan de todo sin documentarse ni pararse a pensar y haciendo el juego a la agenda propagandística oficial. Sacan a la luz la indignación y la pauperización que estamos viviendo estos años. Claman contra los escritores subvencionados dos veces, primero, cobrando sus buenos sueldos de funcionarios. Segundo, recibiendo premios literarios o accésit en los que participan en unas ocasiones, y en otras actuando de jurado. Reflejan la parafernalia mediática, institucional y social en la que los actores son la casa real y los políticos nacionales, regionales y locales.
Como anunció Ortega a finales de los años veinte y volvió a afirmar Julián Marías en los años noventa, el mundo sufre una politización de todas las cuestiones y circunstancias. He ahí una de sus más cancerígenas lacras. Se politizan situaciones tan básicas como el derecho a una acreditación de un pase de prensa a un certamen cinematográfico, que es como dar o negar el derecho a trabajar de cualquier informador, muy propio de las dictaduras comunistas de la Europa del este, hasta la parafernalia de la participación en las ONG´s. Por ello critican con argumentos a esos hombres y mujeres que se compran un foulard hecho en China por un precio de 0,005 € y que es traído en un contenedor de acero realizado en la India por mano de obra a la que no se le respeta sus derechos humanos, y luego para limpiar sus conciencias pagan sus cuotas anuales a la entidad del tercer sector de turno.
No dejan a un lado las discusiones intergeneracionales cuando en uno de los relatos recuerdan cómo en la España de los años sesenta se organizaban reuniones clandestinas en librerías como la Machado o Fuentetaja, o en parroquias de los barrios periféricos de las ciudades, por ejemplo, en Carabanchel. Piden aquellos que las nuevas generaciones se comprometan como hicieron ellos para cambiar la situación. Lo curioso es que las transformaciones reales no han sido tantas ni de tanto calado que se repiten las situaciones cuarenta años después. ¿Por qué? ¿Quiénes son los responsables?
Si hace ochenta años, Chaplin o Céline denunciaron en sus obras los excesos de Hitler o Mussolini, hoy vemos que la parafernalia política continúa con los discursos vacíos. ¿Estáis dispuestos a aguantarlos? Comprometeos por acabar con ellos. Dejad a un lado las banderas.
Manuel Carmona, en Rick's Café.