El imitador de voces / Teatro, de Thomas Bernhard


Ya tengo (y había leído y comentado aquí) una edición en bolsillo del libro de relatos breves El imitador de voces. Pese a que Bernhard se aparta aquí de sus señas de identidad respecto a la prosa y a la estructura, estas “crónicas judiciales” en forma de cuentos brevísimos me entusiasman. Así que compré el volumen porque la reedición de Alfaguara es una maravilla. Pero también lo pillé porque incluye tres obras de teatro que aún no tenía: El ignorante y el demente, La partida de caza y La fuerza de la costumbre. Las tres son magníficas, y están escritas en ese estilo distinto de su dramaturgia: pocas acotaciones, ausencia de puntuación, frases dispuestas en la página como si fueran versos. Ya sé que lo habré comentado cien veces, pero lo repito: sí, también este volumen es indispensable. Os dejo con tres relatos y algunas notas de las obras de teatro:

Tren de la mañana

Sentados en el tren de la mañana, miramos por la ventanilla precisamente cuando pasamos por el barranco al que, hace quince años, cayó el grupo de colegiales con el que íbamos de excursión a la cascada, y pensamos en que nosotros nos salvamos pero los otros, sin embargo, están muertos para siempre. La profesora que llevaba a nuestro grupo a la cascada se ahorcó inmediatamente después de la sentencia de la Audiencia de Salzburgo, que fue de ocho años de prisión. Cuando el tren pasa por ese sitio, oímos, con los gritos del grupo, nuestros propios gritos.

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Deseo insatisfecho

Una mujer de Atzbach fue muerta por su marido porque, en opinión de éste, se había puesto a salvo de su casa en llamas con el niño equivocado. No había salvado a su hijo de ocho años, para el que su marido proyectaba algo especial, sino a su hija, a la que el marido no quería. Cuando, ante el tribunal de distrito de Wels, le preguntaron al hombre qué era lo que proyectaba para su hijo, que quedó totalmente carbonizado en el incendio, el hombre respondió que quería hacer de él un anarquista y asesino a manos llenas que aniquilase a la dictadura y, por consiguiente, al Estado.


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Locura

En Lend dejaron cesante a un cartero, que durante años no repartió todas las cartas de las que sospechaba noticias tristes ni, como es natural, todas las esquelas que recibía, sino que las quemaba en su casa. Finalmente, el Correo hizo que lo internaran en el manicomio de Scherrnberg, donde, con uniforme de cartero, va de un lado a otro repartiendo continuamente cartas, que echa en un buzón colocado expresamente para ello por la administración del manicomio en uno de los muros del manicomio, y que están dirigidas a los demás pacientes. Inmediatamente después de ser internado en el manicomio de Scherrnberg, el cartero pidió su uniforme de cartero, según se dice,
para no tener que volverse loco.

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DOCTOR
La sociedad
es de lo más despiadado
si un hombre muestra una debilidad
se aprovechan
de esa debilidad
en eso se basa todo

[…]

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PADRE
De una eminencia
el mundo espera
siempre
algo extraordinario
nada hay más cansado
que ser una eminencia


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ESCRITOR
Silenciar una enfermedad mortal
es una monstruosidad


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ESCRITOR
[…]
Nos despertamos a diario
en medio de nuestra enfermedad mortal
nos dormimos y nos despertamos
en medio de la enfermedad mortal siempre igual
de la Naturaleza
y estamos siempre en medio de la falta de interés
señora
todo lo demás es mentira
ese andar continuo e ininterrumpido
en medio de una inmovilidad mental y física
absoluta señora
es una realidad
Tenemos miedo
de lo que hacemos
como tenemos miedo
de lo que no hacemos
Y además sólo existimos con la ilusión
de que nuestra existencia es una existencia
soportable señora
por eso existimos

[…]


[Alfaguara. Traducción de Miguel Sáenz]

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