De España sabía más bien poco, tan sólo que hacía tres años se había muerto Franco, personaje del que nunca me había preocupado, sinceramente, ni de él ni de el país que dirigía. España era, para mí, ése lugar que empezaba donde acababa Francia. Le salvaba que fue la cuna de Picasso y, aunque sólo sea por eso, ya tenía justificación en el mundo. Por lo demás, era algo desconocido; tenía todo por descubrir.
Y vaya si lo descubrí.
La primera vez que la visité fue con Brenda y su padre. He estado echando cuentas y debió ser más o menos en 1972. Lo sé porque recuerdo la imagen de Mark Spitz con sus siete medallas de oro al cuello saludando desde el podio en las olimpiadas de Munich. Vi la foto en el periódico sentado en un bar mientras tomaba un vermú.
Unos esforzándose tanto para alcanzar el éxito y otros, como yo, buscando el solecillo en las terrazas. En fin.