Esperando a Tizón (1)

Esperar es un arte con los ojos abiertos. Toda espera tiene algo de ahogo y también de salvación. Siete años de buceo no son nada. Una pierna de tiempo. Medio pulmón de historia. Un sexto libro. Para quienes conciben la escritura como territorio de la epifanía, Técnicas de iluminación viene a corroborar una sigilosa certidumbre que revoloteaba las letras españolas: Eloy Tizón es uno de los grandes. Ahí donde lo ven, tan con gafas y visionario. El autor nació en Madrid y en unos cuantos lugares más. Ha publicado esto y lo otro, pero casi no se acuerda. Da clases por ahí para aprender. Ha ganado y perdido. Se ha hecho joven. Fin de la biografía. Lo demás es vida. Es decir, prosa. Estamos ante alguien que nos muestra cómo cada palabra entonada en su lugar, o acaso musicalmente desplazada de su lugar, adquiere una capacidad reverberante. Tizón escribe con eco. Quizá por eso uno atiende a sus libros con una especie de trascendencia auditiva: sabiendo que todo milagro empieza en el oído y termina en la boca. Al leerlo se asiste no tanto al nacimiento de una historia como a la formación de un ritmo. De una respiración que será la palanca del cuento. El aliento que empañará un argumento a medias. Hay quien trae una historia y quien sale a buscarla. Tizón es de los segundos. Sus personajes se mueven al ritmo de sus preguntas, hasta toparse de bruces con el texto que los nombra.

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