La vi en el metro de Tokio. Tenía problemas con la máquina de vending. Su refresco no salía y tampoco devolvía el dinero. Apurada, tocaba todos los botones porque su tren ya estaba en el andén. Entonces llegué yo en plan superhéroe turista y quise solucionarla el asunto igual que lo hacemos en España. Le pedí que se apartara y empecé a dar cachetadas a la máquina. Imposible, por más fuerte que eran los golpes, aquello no salía. Cuando por fin desistí, sudoroso, me di cuenta que estaba solo en el andén, la chica se había marchado avergonzada y dos vigilantes de seguridad corrían hacia mí.
Tanto la multa como la asistencia en urgencias para vendar mi mano me salieron por un pico.