Todo había sucedido en un año. Exactamente. Del 9 de Termidor del año I -cuando fue nombrado miembro del Comité de Salvación Pública-, hasta el 9 de Termidor del año II -cuando la reacción terminó por imponerse y lo apresó en la Comuna de París, justo en el mismo instante en el que un tiro descerrajado le destrozaba la mandíbula-.
Estos 365 días vivieron la sublimación de la Revolución. Y no existe verdadera Revolución si no hace tabla rasa de la Historia, del Tiempo y del propio Hombre. Es el año I, el principio de todo. También de un nuevo calendario que estrena nombres recién hechos para los nuevos meses, que comienzan el año con el equinocio de otoño: Vendemiaire, Brumaire, Frumaire, Nuvôse, Pluviôse, Ventôse, Germinal, Floréal, Prairial, Messidor, Thermidor y Fructidor.
Un nuevo culto: al Ser Supremo. En el Altar de la Revolución. No servían los viejos dioses, como tampoco sirvieron los reyes caducos. Todo debía ser nuevo. Se trataba del comienzo de una nueva era de la Humanidad.
Y la Virtud por encima de todo. La Virtud en Virtud de la cual la sangre se justificaba, La Virtud que exigía las cabezas de los enemigos, La Virtud ante la que nadie podía estar seguro de su propia cabeza.
La guillotina.
En un año se suceden tantos nombres, que es necesaria la sangre, como se hace necesario el vino para tragar el alimento. Son los nombres más bellos y ciertos de la Revolución: la Dictadura Jacobina, La Montaña, ..., los Sans-culottes, Danton, Marat, El Terror, El Gran Terror, Hébert, Desmoulins, Couthon, su inseparable Saint-Just, llamado el Ángel de la Muerte.
No le permitieron hablar aquel 9 de Termidor del año II ante la Asamblea. Temían sus palabras y las consecuencias de ellas. Prefirieron acusarlo de tiranía.
Era el mes del calor, Thermidor, 27 de julio como hoy. Se había ganado el sobrenombre de El Incorruptible. Un año y un día después, su cabeza también rodaría en el patíbulo instalado en la Plaza de la Revolución. Qué le importaba la muerte a él, que se había dado una vida incorruptible en los siglos y en los cielos. Con Robespierre moría el gallo más gallardo de la Revolución y también moría la verdadera Revolución.
Lo que vino después fue componenda. Apaño.
Aquí lo vemos en una de las escasas fotografías que se conservan de él, va camino del Comité de Salud Pública, que durante un año presidió. Nos llama la atención su plumaje blanco, inmaculado.