En el siglo pasado leí una novela de Toussaint, publicada por Anagrama, que se llama “La televisión”. En su momento, me pareció una “novelita”; pero, no sé por qué, hoy me acuerdo de ella. Cuenta la historia de un profesor universitario al que le dan una beca para escribir un ensayo y, cargado de buenas intenciones, se separa de su familia y viaja a Berlín con el objetivo de alejarse de todas las distracciones cotidianas y concentrarse mejor. También decide no encender la televisión durante ese tiempo que va a dedicar exclusivamente a su trabajo.
Y no hay ocurrencia peor, porque desde el minuto uno cae víctima de un bloqueo irreversible, que llena con las actividades más variopintas. Conclusión: el personaje se nos muestra como un adelantado en la especie por lo que respecta a dos conceptos: la procrastinación y el postureo.
LA PROCRASTINACIÓN (Soy víctima)
Jorge ha dicho que vendría a las 14:30. Me he levantado a las 11:30 (ayer me quedé viendo el “Sálvame Deluxe casi hasta las 2:00 y luego estuve leyendo un buen rato en la cama la edición de bolsillo de "22/11/63"); he puesto una lavadora; me he hecho un café con leche; he ventilado la casa abriendo las ventanas y vigilando que no se colara ninguna polilla africana o cualquier otra especie de ser vivo (una vez se me coló una paloma y me puse a pensar en Haneke); y he encendido el ordenador pasadas las 12:00. Me he conectado a internet, he abierto el solitario Spider y también, por supuesto, el archivo de la novela. A las 13:30, media página, un estado de facebook e incontables solitarios Spider después, he abandonado la labor intelectual para tender, ducharme y hacerme la cama. Justo cuando ahuecaba los almohadones, Jorge ha llamado al telefonillo y he bajado a su encuentro.
Teníamos un plan sencillo: hemos recorrido la calle Huertas hasta la plaza del Ángel. Allí hemos hecho una alto en la España Cañí para tomar un tentempié (a mí se me ha ocurrido pedir un vermú y me han servido más o menos medio litro) y ponernos al día. Luego hemos seguido hasta la Plaza Mayor para comer un bocadillo de calamares en un local con aire acondicionado. Y es en escenarios semejantes donde el cerebro privilegiado de Jorge, indiferente a los cuerpos blandos y rosáceos de los turistas que nos han rodeado durante la mayor parte del trayecto, basándose únicamente en mis últimas y sorprendentes experiencias en el submundo literario de Madrid, ha creado LA TEORÍA DEL POSTUREO MALIGNO, por oposición al postureo inofensivo del 99'99% de la población.
El postureo maligno es una rareza que consiste en ejercer el postureo de toda la vida (corta la vida, dado lo novedoso de la idea) pero, como su propio nombre indica, orientado al mal; encaminado sin compasión, ignoro si consciente o incosncientemente, a producir el dolor ajeno. La plaga afecta sobre todo a aquellos que, en un instante de debilidad o de ombliguismo, malentienden que ser especial pasa por trasgredir ciertas reglas; y que esa transgresión contribuirá sin duda a reforzar su imagen de genios y el carácter único de su obra...
Error fatal.
La normalidad está en peligro de extinción, debería recibir tratamiento de Lince Ibérico; habría que integrar en un programa de protección de testigos a quienes la hayan visto pasar. Yo la echo de menos.
Vitu se une a la hora del café y, en una terraza de Ópera, intentamos explicarle las conclusiones de nuestra conversación; y lo que más me sorprende es que, como Jorge, cuando para ilustrar nuestra teoría le cuento la anécdota que ha dado pie a chorrada semejante y cito a los dos personajes implicados en el asunto, no sabe quiénes son... ellos que creen que el mundo gira alrededor suyo. Pobrecitos.
Después del cortado con hielo, mis amigos se aventuran de nuevo a la cerveza y yo pido un agua con gas. La camarera me da a elegir entre Vichy y Perrier, y yo elijo esta última porque no la he probado nunca. Postureo al canto, pero inocuo.
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