Zack Snyder, bajo la supervisión de Christopher Nolan, devuelve su prestigio a la figura de Superman, caído en desgracia por culpa de aquel bluff titulado Superman Returns de Bryan Singer, que demostró que la revitalización de los superhéroes no debe pasar por la copia del original (y la peli de Singer era una copia sosa del filme de Richard Donner, el insuperable Superman de 1978).
Lo que han hecho Snyder y Nolan es alejarse de la propuesta de Donner, conscientes de la imposibilidad de igualarla. Para ello, optan por una banda sonora a años luz de la majestuosa partitura de John Williams. Optan por un relato postmoderno (fragmentario, plagado de flashbacks, con referencias y guiños a la cultura contemporánea e incluso incorporando una hecatombe urbana que refleja las ruinas y el polvo y la destrucción de los atentados del 11-S) en vez de la narrativa lineal y clásica de Donner. Optan por los villanos de Superman II (Zod y sus esbirros) en lugar de contar con Lex Luthor. Optan por centrarse en Kal-El y en la búsqueda de sus raíces, dejando al Clark Kent periodista y disfrazado de “ciudadano normal” para la secuela. Optan por peleas y destrucciones que, por desgracia, se inspiran demasiado en el clímax de Los Vengadores. Optan por un protagonista menos soso que Brandon Routh y con el mismo carisma (o parecido) que Christopher Reeve. Optan por la mitología de Krypton y por contarnos con todo lujo de detalles cuanto ocurrió allí.
El resultado es una película, en mi opinión, notable y espectacular, típica de verano, a la que reprocho el exceso de acción y algunas soluciones narrativas un poco vergonzosas (como la muerte de Jonathan Kent, por ejemplo), y que, sin alcanzar la gloria del magistral trabajo de Richard Donner, al menos resulta digna, muy polémica y bastante entretenida. No es poco en estos tiempos...
Lo que han hecho Snyder y Nolan es alejarse de la propuesta de Donner, conscientes de la imposibilidad de igualarla. Para ello, optan por una banda sonora a años luz de la majestuosa partitura de John Williams. Optan por un relato postmoderno (fragmentario, plagado de flashbacks, con referencias y guiños a la cultura contemporánea e incluso incorporando una hecatombe urbana que refleja las ruinas y el polvo y la destrucción de los atentados del 11-S) en vez de la narrativa lineal y clásica de Donner. Optan por los villanos de Superman II (Zod y sus esbirros) en lugar de contar con Lex Luthor. Optan por centrarse en Kal-El y en la búsqueda de sus raíces, dejando al Clark Kent periodista y disfrazado de “ciudadano normal” para la secuela. Optan por peleas y destrucciones que, por desgracia, se inspiran demasiado en el clímax de Los Vengadores. Optan por un protagonista menos soso que Brandon Routh y con el mismo carisma (o parecido) que Christopher Reeve. Optan por la mitología de Krypton y por contarnos con todo lujo de detalles cuanto ocurrió allí.
El resultado es una película, en mi opinión, notable y espectacular, típica de verano, a la que reprocho el exceso de acción y algunas soluciones narrativas un poco vergonzosas (como la muerte de Jonathan Kent, por ejemplo), y que, sin alcanzar la gloria del magistral trabajo de Richard Donner, al menos resulta digna, muy polémica y bastante entretenida. No es poco en estos tiempos...