Sikander


si comensal en los oscuros refectorios de sí mismo
un hombre no sólo es la puta del pan, vino y carne ausentes,
también si soberbia puta puede pasar por fabuloso sibarita
que liba gourmet dentelladas y sorbos de un grial de hambre infinita,
aquel que mira tras las amplias ventanas enrejadas
por las que despuntan pequeños huertos
nobles naranjas luminosas que penden de simples naranjos
desdeñando toda naranja noble y luminosa
por pender de un naranjo humilde,
que mira tras las amplias ventanas enrejadas
que dan a los pequeños senderos de los campos
divinas bayas jugosas que penden de terrestres arbustos
desdeñando toda baya divina y jugosa
por pender tan cerca del suelo,
aquel que encorvado sobre el ripioso babel de sus tripas
acaso preserva así en secreto bellas e incomprendidas sinfonías
mientras frente a platos desiertos de porcelanas únicas
y vacías copas de refulgente hielo y bohemia
-quijotesco y huesudo Tántalo de alta cuna de madera-
lame de sus dedos aire invisible de olimpos y valhallas,
festín dulce y solemne de un grial de hambre infinita.

si huésped de los oscuros moteles de sí mismo
desnudo y solo un hombre reina
sobre los servicios de habitaciones y los ecos de la carretera,
así corona ese hombre de reina a una musa hecatónquira
y hace de su cetro de carne hinchada
una flauta surcada por claras verdades como negros agujeros
en que hincando a un tiempo lengua y dedos
musite armónico un vacuo viento de sí mismo
que llene de sentido y ratas blancas sus océanos y abismos.



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