Mi abuela no se lo podía creer. Su nieto pequeño, o sea, yo, había decidido sentar la cabeza. Ella, que siempre me tomó por un caso perdido, abrió una botella de champán cuando la dije que me había enamorado, y que esta vez era la definitiva. A los cinco minutos de sacar la bici del garaje se le salió la cadera. Mi novia, hoy mi mujer, la conoció en el hospital y desde entonces son íntimas: a las dos les encanta el champán.