"Todo el mundo tiene una pena de amor que dormita en el fondo de sí mismo. Todo corazón que no está roto no es un corazón" (13'99 euros de Frédéric Beigbeder)
1
Entré a su perfil de facebook sin agregarle como amigo. Se podían ver algunas de sus fotos. Una foto con gafas de sol en el banco de un parque. Una foto con un cubata en la mano en la barra de una discoteca con otros dos amigos. Dos fotos en la playa. Una foto en el espejo del baño sin camiseta. Con la taza del váter detrás. Con el rolllo de papel higiénico. Una foto de cuando era pequeño. Solo con su nombre y su apellido, descubrí que estudiaba una ingeniería en la Universidad de Barcelona. Que le gustaba Michael Jackson y Pesadilla en Elm Street. Que le gustaba El príncipe de Bel-Air. Que estaba soltero y le interesaban las chicas. Su fecha de nacimiento. Su edad. Era un chico de mi gimnasio. No pretendía nada con él. Ni siquiera se me ocurriría hablarle. Era un tonto del culo. Pero llevaba un programa de entrenamiento en la mano donde podía verse claramente su nombre y su apellido. En unos pocos minutos ya sabía que había estado de vacaciones en Punta Cana. Que tenía un perro llamado Harry. Y una hermana más pequeña. Y una moto. Que trabajaba en una tienda de ropa. Y no me interesaba, en realidad, nada de todo aquello. Pero ahí estaba y el chico era muy guapo. Y yo sentía curiosidad.
2
Una vez visité su perfil de facebook y vi todo lo que se podía ver sin agregarle (que era más de lo que pensaba, en principio), ya tenía la sensación de conocerlo. Como si fuera uno de esos viejos amigos del colegio que has dejado de saludar. Me cruzaba con él en la sala de pesas y pensaba: «Tus padres tienen una casa en Esparraguera». Me cambiaba junto a él en el vestuario y pensaba: «Te gusta el Barça y las discotecas del grupo Matinee». Pero no nos decíamos nada. No nos mirábamos.
—¿Y cuál es el problema? —preguntó mi amigo Jota.
—Siento como si hubiera hecho algo malo.
—No digas tonterías, eso lo hace todo el mundo.
—¿De verdad?
—Pero, ¿de dónde sales tú? Ese chaval sabe perfectamente lo que sube a facebook y su nivel de privacidad. Y si no lo sabe, es su problema.
Estábamos tomando un café, como de costumbre, en un bar de Sant Antoni.
—Ya lo sé. Ni siquiera he descubierto nada importante. Pero el hecho de saber tantas cosas de él me hace sentir un poco acosador. Como de desesperado. De amargado de la vida, antisocial.
—Estás exagerando. Hoy en día, todos hacen lo mismo. Todo el mundo busca a todo el mundo. Lo primero es buscarse, hablar es secundario. Si no estás en facebook, no existes. Si no lo cuentas en facebook, no te ha pasado. No se trata de cómo estás, sino de cuál es la última actualización de tu estado.
—No sé... Tiene que llegar un momento en que la gente se canse del facebook.
—¿Es que te piensas que a ti no te ha buscado nunca nadie?
Yo utilizaba mi nombre real en facebook. No se me ocurría ningún motivo para no hacerlo. No tenía nada que ocultar. No subía nada demasiado privado, ni demasiado personal, ni demasiado de nada.
Pedí la cuenta al camarero. No llevaba nada suelto, así que decidí invitar a Jota.
—¿Puedo pagar con tarjeta?
—Claro, no hay problema —dijo el camarero. Tomó mi tarjeta de crédito, se la quedó mirando. Era una Visa con un diseño especial simulando un pantalón tejano.
—La próxima, te invito yo —dijo Jota.
El camarero me entregó el recibo y la tarjeta.
—Muy chula —dijo.
Era rubio, un poco amanerado.
3
Por la noche, fuimos a un bar de copas. Era jueves pero había bastante gente. Jota se puso a hablar con un chico de Liverpool que estaba de vacaciones. A mí, no me apetecía tener una conversación en inglés aquella noche. Estábamos sentados en la barra. Le di un par de sorbos a mi gintonic. Un chico se sentó a mi lado y pidió un vermú.
—Hola.
—Hola.
—¿Cómo estás?
—Bien. Aquí.
—Tu amigo te ha dejado colgado.
—No. Qué va. Estoy bien.
—Ah.
Al parecer, no teníamos muchas cosas que decirnos.
—¿Cómo te llamas?
Le dije mi nombre.
—¿Y de apellido?
—¿Para qué quieres saberlo?
El chico se rió. Casi se puso colorado.
—Lo siento, pero no me interesas —dije.
—No seas borde. Yo me llamo Luis.
—Encantado, Luis.
—Tú tienes un blog, ¿verdad?
De pronto, me sentí como un escritor famoso.
—Tengo un blog, sí.
—Lo he leído... Bueno, lo leo a menudo. La verdad es que me gusta mucho lo que escribes. Es muy... gracioso.
—Gracias. Hago lo que puedo. ¿Cómo es que conoces mi blog?
Todo aquello daba un poco de miedo.
—Tenemos un amigo en común en facebook.
4
Llegué solo a casa. Estaba cachondo. Después de pasar la noche hablando en el mundo real con dos o tres personas reales, el facebook no me parecía tan malo. Tiré la chaqueta sobre la cama y las llaves sobre la mesa. Encendí el ordenador. Fui a por un vaso de agua. Estaba bastante mareado. Había conectados tres amigos. Los tres solteros. Tres tristes tipos conectados al facebook. Tres tristes corazones solitarios. Tres fracasados, como yo. Tres corazones rotos.
Busqué otra vez al chico del gimnasio. Busqué sus dos fotos de la playa. Me bajé la bragueta. Empecé a masturbarme. Tenía sueño, pero mi polla estaba más dura que nunca.
En ese momento, llegó una solicitud de amistad nueva.
—¿A estas horas? ¿Quién coño puede ser? —murmuré.
Se llamaba David. Era un chico rubio. No quise agregarlo, pero me sonaba su cara. Le escribí un mensaje privado: «Perdona, ¿nos conocemos?». Respondió en seguida: «Soy el camarero del bar que estuviste esta tarde. Vi tu nombre en la tarjeta de crédito y no pude evitar agregarte. Sentía curiosidad».