Mudanza. Hemos ido vaciando la casa; primero, lo sobrante. Conozco todos esos contenedores de colores. Y donaciones, que circulen las cosas mientras no sean basura. Después, ha ido saliendo lo que se va con nosotros. Así que poco a poco se ha ido vaciando la casa. Apenas tenemos lo mínimo. Toda la ropa de tres personas que cabe en una maleta y el resto en una mochila; dos libros. Bueno, y el ordenador. El mecanismo interno de una mudanza es bien parecido a pelar una cebolla; se actúa por capas, y se supone que ahora estamos en el corazón de la cebolla. Se oye el eco de nuestras vidas en esta casa vacía, y si acaso somos más libres, como si todas esas cajas de útiles, recuerdos, papeles, libros, nos esperasen para una vida futura que todavía no hemos empezado. Y en ese intervalo disfruto del vacío. Un vacío con internet, eso sí.
Releyendo a Michon hace un par de semanas encuentro este fragmento:
"Aún no amanecía, había una helada punzante; vivíamos muy lejos de la estación, yo tenía muchas maletas, estúpidamente voluminosas, con todo el peso de los libros que me siguen como a un presidiario su bola de hierro." [Pierre Michon, Vidas minúsculas, pág. 134]