En una librería de Buenos Aires hay un piano escondido entre anaqueles. Un día, mientras cotilleaba los libros de las últimas estanterías subido en una escalera, se oyó una nota, sólo una, un do. El silencio se rompió de repente y no pude por menos de girarme. Para ello, me quité las gafas de leer mientras intentaba hacer lo que hacen las cabras de los gitanos por las calles subidas en escaleras. Es evidente que yo no tengo tanta habilidad, de suerte que uno de mis pies quedó al vacío y me caí desde el último escalón. Mientras me levantaba del suelo aparentando que no me dolía nada, la mano del do me devolvió las gafas que habían ido a parar junto al piano. Al cogerlas me fijé en su anillo. Después se sentó y tocó algo. Con sinceridad no pude saber de qué se trataba porque la rodilla me estaba matando.