Little Boy Blue, de Edward Bunker


Estamos ante un libro de Ed Bunker, lo que siempre garantiza la lectura de una gran novela. Little Boy Blue, considerada su favorita por el propio autor, también lo es. Aquí ya no compartimos páginas con ex presidiarios ni con atracadores, sino con un niño, que puede ser el retrato inspirado en Bunker. Un niño cuya trayectoria se pierde desde el principio y, tras un tropiezo, inicia una carrera precoz por reformatorios, hogares de acogida, hospitales, correccionales y prisiones. Alex Hammond, así, se convierte mediante sus robos en tiendas, sus peleas y enfrentamientos, sus asaltos a ciudadanos, en el germen del que nacen los grandes delincuentes. Ya de niño es un tipo duro, capaz de enfrentarse a quien haga falta y de pegarle un tiro a un adulto si lo atrapan en pleno robo. Por eso la novela describe un mundo áspero, turbio, plagado de dureza y de junglas con barrotes en las que sólo sobreviven los más fuertes.

Uno de los aspectos que más me han llamado la atención es que Max Dembo (el protagonista de su libro No hay bestia tan feroz) aparece en un par de pasajes, como personaje secundario. Y me llama la atención no sólo por el autoguiño de Bunker hacia su obra, sino porque pensaba que Dembo era un trasunto del propio Bunker, y luego pensé que Hammond también era un álter ego del propio Bunker, y el encuentro de los dos me descoloca completamente pero al mismo tiempo me entusiasma: es en esos pasajes donde realidad y ficción se dan la mano y donde el desdoblamiento del escritor en dos personajes similares obtiene sus mejores frutos. Os dejo con dos extractos de este libro, lleno de rabia y dotado de una gran fluidez narrativa: 

Lo que vio le provocó miedo y repugnancia, miedo ante lo inusual, repugnancia ante las monstruosidades semihumanas. No sabía que Pacific Colony era un hospital estatal dedicado prácticamente a los deficientes mentales. En dicha categoría se incluían aquellos a los que escondían en las alas de maternidad, a los que no se dejaba ver en las cunas tras el cristal. Constituían más bien vergüenzas escondidas en vez de niños. Aquellos representaban la pequeña minoría que sobrevivía a la infancia, aunque pocos madurarían. Las caras redondas y vacías de los afectados por una deficiencia extrema resultaban bonitas en comparación con cráneos sin ojos, o con ojos colocados junto a orejas deformadas, o con cabezas hinchadas o cabezas de alfiler demasiado pequeñas para contener un cerebro. Para Alex, estos resultaban mucho más horrendos que los locos de Camarillo.

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En unas semanas cumpliría quince años y ya era un apartado, un leproso de la era moderna. No tenía familia, los fríos calvinistas de los que había huido hacía horas desde luego no eran su familia. Había acumulado un largo expediente del que no podría escapar. Sus opciones estaban gravemente truncadas de antemano. Pertenecía a los bajos fondos y le habían cerrado con llave la puerta al otro mundo.


[Traducción de Zulema Couso]

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