Cerdos y gallinas, Carlos Quílez, Editorial Alrevés, 281 páginas, 18 Euros.
Por Juan Laborda Barceló.
Esta es, si se nos permite la expresión, una obra de pegada, pero no tanto literaria, sino humana. A pesar de ello es tremendamente ágil, incisiva, posee interesantes hallazgos estéticos y es capaz de alternar estilos narrativos.
El autor dice de su texto que está escrito a borbotones, más bien nosotros diríamos que a golpe de compromiso con la vida.
Carlos Quílez es un periodista, escritor y analista de la oficina antifraude que conoce a la perfección el paño de las miserias humanas. Su abrumador manejo del medio resulta gratamente clarificador. Es un experto en las fuerzas de seguridad del Estado, en el mundo periodístico y en los procedimientos jurídicos, además de en las relaciones existentes entre todos ellos. Tanto es así que nos regala argumentos imaginados fácilmente reconocibles como lacras de nuestra sociedad actual: falta de coordinación entre los diversos cuerpos policiales, parcialidad de la prensa, manejos de jueces y funcionarios judiciales, financiación ilegal de partidos políticos, especulación inmobiliaria…
Aunque el cuadro nos resulta familiar por cercano, Carlos Quílez profundiza tanto en las cloacas de la delincuencia y del poder, que refleja una España que no se ve a primera vista. Hay que pinchar bajo la piel de toro para arrojar a la luz todo aquello que el autor describe. No es la sociedad que deseamos, pero es la nuestra.
Por cierto, la variopinta fauna de cacos (encorbatados o no), confidentes, proxenetas y drogadictos que pueblan el subsuelo (y las altas esferas) de nuestro país, recuerda lejanamente por la rabia del retrato, la jerga, la violencia desmedida y la presencia de antiguos policías franquistas a los mejores pasajes de “El Torete”, “El Vaquilla” y compañía. Aquel mundo fue retratado magníficamente por un género cinematográfico llamado Cine Quinqui, hoy tenemos otras crónicas, aunque sean “ficticias”, como la de Quílez.
Nuestra cicerone particular en este submundo es la periodista Patricia Bucana, comprometida, veraz e indomable. A través de su investigación, contactos y vivencias observamos las mejores lecciones de periodismo crítico, de cuestionamiento sistemático de la situación. Bucana no es infalible, sus errores la humanizan, es la heroína real. Es honesta y tiene detalles de perro viejo, como el Walter Burns de Primera Plana. Sus reflexiones sobre la función social del periodismo, como las de aquel personaje encarnado por Walter Matthau, son incontestables.
La corrupción endémica, el papel de la prensa y el compromiso vital son los temas centrales de esta atrayente trama. Tanto es así, que Quílez cree que la gente debe saber, aunque sea en manos de otros, en otros periódicos, en otras fuentes. La información debe fluir apoyada en un código deontológico que está por encima de disputas ideológicas o de competencias de ventas entre diarios. Ese es el verdadero periodismo.
Léanlo para situarse en este mundo de grises infinitos, donde este autor se plantea la existencia cierta de buenos y malos, ajeno al manipulador maniqueísmo reinante.