una casa
En la casa soy un hombre desnudo,
en la acera de la casa soy ropa desierta
cuando un aire sin palabra silba entre los parques,
los tanatorios, los orfanatos, los invernaderos,
los altos bloques de oficinas, las residencias,
senderos silvestres marcados con flechas de tiza
y vuelo y galopo ausente sobre la ventisca
como envoltorios, retales de viejos periódicos
que hacen historia en la mitad del ciclón.
Tú eres en la casa tú y estás desnuda
y tu cuerpo cálido es igual que mantas del gulag
y tu ausencia es igual que tu presencia
que es igual que un cuerpo cálido.
En la acera de la casa eres en el mundo
la imperiosa necesidad de abandonar el mundo,
desertar de la ropa, entrar en la casa.
En la casa soy un hombre desnudo
que huye de este frío intruso de las rendijas,
esta nieve invisible, esta silente escarcha
vistiéndose de ti, de tu inmarcesible candor
como visten los mendigos de Park Avenue
su disfraz rojo de Santa Claus
para sobrevivir al oscuro secreto
de la Navidad neoyorquina.
Ven, abrígame la piel como si adentro de mi piel
estuvieran nuestros sueños despertando a la vida
mientras sueñan con la inmortalidad cogidos de las manos.
Mira conmigo esa nevada de atrás de los cristales,
cómo hace en las ventanas pizarras de nuestro aliento
en las que dibujar con el dedo corazón pueriles anhelos,
corazones eternos de vaho.
Hay que hacer, levantar esa casa, compañera,
hay que darse en los dedos con el martillo,
amoratarse los brazos a golpes,
desperdiciar las mejores prendas a esputos de pintura,
torcer la espalda, dar por perdida la piel de las rodillas,
pero hay que hacer, levantar esa casa, compañera,
amiga, pareja, novia, viuda, esposa mía.
Hay que hacer, levantar esa casa,
cansarse y cansarse, reventar de agotamiento
y caer postrados hay que hacer, levantar esa casa.
Postrada demándote postrado que te canses conmigo.
Amor, ¿Quieres cansarte conmigo?