Segunda de las obras breves recogidas en este volumen, el propio Onetti consideró que era su mejor novela.
En un pequeño pueblo, un exjugador de baloncesto llega para realizar una cura de tuberculosis. Las semanas van pasando y el extranjero recibe diversas cartas de dos distintos remitentes. Estos remitentes son dos mujeres. Primero una; luego la otra; luego las dos juntas con un niño, van a visitarlo. En el pueblo se dan a las habladurías. Que si una es mujer y la otra amante; que las dos son amantes; que una de ellas es poco más que una adolescente.
El lector, como el pueblo, no puede más que especular con la vida del trío. Porque lo interesante de esta obra, amén de la prosa característica Onettiana y su hermetismo, es el punto de vista del narrador. Es un testigo directo, es el tendero de la tienda del pueblo, el que recibe el correo de las dos mujeres, el que abre una carta al final del libro y descubre todo el misterio. O no. Eso que decida el lector.
Porque es este, el lector (y no el escritor), el que debe buscar y encontrar una solución. El lector, junto con el enfermero, la mucama y el tendero, aventuramos en la tienda acerca de la vida del extraño personaje que apenas habla con nadie y se mantiene alejado de todo excepto cuando le visitan estas dos mujeres. Y, pese a su permanecer en segundo plano, muy a su pesar está en el punto de mira de los habitantes del pueblo que quieren saber. Nosotros, lectores, también queremos saber. Pero Onetti no dice, insinúa. Y eso es lo mejor que te puede pasar como lector.
Porque me gusta, y creo que es necesario, leer con todos los sentidos, permanecer alerta, trabajar, estar activo y completar lo que un día, otra persona, comenzó en su imaginación. Cerrar el círculo de otro, eso es literatura.