2012, al que ya hemos empezado a despedir, ha sido el año en el que se ha conmemorado el décimo aniversario de la muerte de José Hierro. La obra del poeta, que hubiera cumplido noventa años el pasado mes de abril, ha sido objeto de diferentes homenajes, no solo literarios, sino enfatizando su faceta humana. De esta manera, además de recitales y presentaciones de su antología, se ha resaltado el especial vínculo del poeta madrileño –y cántabro de adopción– con la radio, un medio en el que trabajó durante años haciendo programas culturales.
Con motivo de la clausura del año de Conmemoración Hierro 2012, la directora de la Fundación Centro de Poesía José Hierro, Tacha Romero –que además es su nieta–, ha charlado con nosotros sobre este hombre sencillo, amante de la vida y de sus amigos, según lo definen quienes tuvieron la oportunidad de conocerlo. Además de la opinión de Tacha Romero, el poeta y profesor Luis Luna ha comentado lo siguiente sobre su figura:
“Pepe Hierro fue un poeta imprescindible, aunque gracias a la labor del Centro de Poesía José Hierro y a la Universidad Popular José Hierro, creo que podemos decir que ES un poeta imprescindible. Conozco su labor casi desde la creación y siempre han luchado por y para la poesía tal y como a Pepe le hubiera gustado: con honestidad y con pasión”. Preguntado sobre la vigencia de la obra del autor, Luis Luna opina que la obra de Hierro “es importante para la poesía contemporánea en cuanto que, sin perder el compromiso con los desfavorecidos, con los agraviados, supera el realismo que amordazaba la poesía española. Se introduce en diversas técnicas vanguardísticas y escribe ese gran poemario que es el Libro de las alucinaciones.
A Luis Luna también le hemos preguntado por su libro de poesía favorito: “Personalmente, me interesa mucho Emblemas neurorradiológicos, ya que representa una fuente extraordinaria en la que aplacar la sed poética. Y también Cuaderno de Nueva York” .Rescatamos un poema de ese libro:
VI
...Entre dos nuncas. El recién llegado
contempla el cielo encajonado
entre dos muros, entre dos sombras, entre dos silencios,
entre dos nadas.
Sentado sobre su banco de cemento
saca de su bolsillo unos trozos de pan,
los desmiga. Da de comer a las palomas.
Tacha Romero habla sobre el año conmemorativo Hierro 2012
¿Qué balance hace usted del año conmemorativo del poeta? ¿Han sentido el peso de la crisis, en el sentido de que tal vez en otro momento económico se hubieran podido hacer más cosas?
Sin duda alguna el balance es muy positivo. Han participado en los distintos actos más de cien poetas, críticos, amigos de José Hierro y han asistido a estos eventos más de mil personas. Todos nuestros esfuerzos se han centrado en que fuese de nuevo visible, actual y necesario y creo que lo hemos conseguido. Con total seguridad el programa de Hierro 2012 hubiese sido más extenso hace unos años, pero gracias al apoyo de los patrocinadores entre los que están Acción Cultural Española, la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, Inditex, Instituto Cervantes, Ámbito Cultural de El Corte Inglés y el Centro Clínico Quirúrgico 2000, hemos podido acercar la esencia de José Hierro y de su figura literaria y humana a todo el mundo, incluso más allá de nuestras fronteras.
¿Cómo cree que concibe el lector español a José Hierro, un poeta que ya en vida fue muy reconocido? ¿Qué es lo que más destacaría usted, que tan cercana fue a él, como poeta y como persona?
Creo que, pese a los diez años de ausencia, no ha perdido un ápice de vigencia. Es uno de esos poetas atemporales, no importa que ya no esté, importa que estuvo y todo lo que nos dejó. Los lectores cierran sus libros pero la emoción permanece y se extiende hacia el autor. Le incorporan a sus vidas como alguien próximo, que en absoluto les es ajeno y entonces por encima de la admiración, surge el cariño y una enorme simpatía hacia todo lo que tiene que ver con él. Quienes le conocieron se sienten afortunados y saben que el hueco que dejó nunca volverá a ser ocupado por nadie. Era un ser único y excepcional y eso trasciende más allá de su poesía. Fue un poeta absolutamente genial y sus principales cualidades como persona se reflejaban perfectamente en su poesía, la humanidad, la ternura, la humildad, la generosidad, la capacidad de trabajo y la alegría, pese a todo. Era una persona muy vitalista y tenía un sentido del humor extraordinario.
Siempre se ha destacado del poeta su solidaridad con otros autores, ya fueran amigos o simplemente compañeros de oficio. Por desgracia, en el mundo literario, no es algo muy habitual…Muchos poetas vivían por y para su ego, pero nunca fue el caso de Hierro. ¿Qué le parece?
No es una cuestión exclusiva de poetas el anteponer el ego a la lealtad o al simple sentido común. Ocurre, por desgracia cada vez más, en todos los ámbitos de la vida. En el caso de mi abuelo, fue su integridad y honestidad lo que hizo que algunos sectores de la poesía le negaran el lugar que le correspondía, pero les dio a muchos una lección de elegancia y jamás reprochó nada a nadie. No era rencoroso. Sencillamente, obró siempre como él consideraba que debía hacerse y se llevó el respeto, la admiración y el reconocimiento de público, crítica y de la inmensa mayoría que tuvo la fortuna de conocerle.
¿Qué le podemos decir a las personas que no sepan nada sobre la labor que hace la Fundación Centro de Poesía José Hierro?
La Fundación Centro de Poesía José Hierro, que se sostiene gracias al apoyo de la Comunidad de Madrid y del Ayuntamiento de Getafe, se ocupa no sólo de cuidar la memoria de José Hierro y difundir su legado literario, artístico y humano. Este es un proyecto, así lo quiso él, que se encarga de velar por mantener viva la poesía en sus infinitas voces y formas. Un espacio abierto y plural donde enseñar, aprender, crear, escuchar y perpetuar ese “algo que sirve para decir lo que no se puede decir con palabras”, decía Hierro.
Para ello, llevamos a cabo una serie de talleres, seminarios y ciclos a lo largo de todo el año en nuestras fantásticas instalaciones y, aunque la crisis ha arrancado de raíz nuestra actividad editorial, seguimos con la edición digital de la Revista Nayagua, en la que contamos con algunas de las más relevantes voces del panorama poético actual a nivel nacional e internacional.
Por desgracia, la poesía ocupa un discreto lugar en el panorama literario actual, y en un país en el que se lee bien poco. ¿Cómo cree que se sentiría el poeta frente a este panorama tan desolador? Él, que tanto parecía necesitar la conexión con el lector…
Este panorama tan desolador ya existía hace diez años y es realmente preocupante que no haya mejorado nada en una década. Nosotros hablábamos sobre el tema y a él le daba una pena horrible. Si la gente fuese consciente de la importancia de la lectura y de transmitir ese hábito a los hijos, habría más esperanza para el futuro. De todos modos, la poesía siempre ha estado apartada de las líneas de poder e influencia y los poetas lo asumen y se resignan porque escriben, en su mayoría, por necesidad. El caso de mi abuelo, de todos modos, también en esto fue una excepción; Cuaderno de Nueva Yorkinauguró las listas de los libros más vendidos de poesía y se mantuvo en el primer puesto durante muchas semanas. Sus recitales se llenaban hasta la bandera y era algo impresionante ver a la gente haciendo cola después de cada recital o presentación, para llevarse su ejemplar dedicado cariñosamente con sus pinturas. Él necesitaba la conexión con el lector y la tuvo.
Sé que es complicado, pero díganos algunos versos del poeta por los que usted sienta especial debilidad. Con ellos ilustraremos el artículo.
Hay un poema al que tengo y él tenía especial cariño, “En son de despedida”, de Cuaderno de Nueva York. Hay en ese poema unos versos que definen la esencia de lo que fue y que demuestran que por encima de todo lo demás siempre prevaleció el amor en todas sus formas:
Nadie pudo, ni puede, ni podrá por los siglos de los siglos
arrebatarme tanta felicidad
Yo les dejo otros versos, también muy bellos, para terminar esta entrevista:
¡Será ya primavera allá arriba!
Pero yo que he sentido una vez en mis manos temblar la alegría
no podré morir nunca.
Pero yo que he tocado una vez las agudas agujas del pino
no podré morir nunca.
Morirán los que nunca jamás sorprendieron
aquel vago pasar de la loca alegría.
Pero yo que he tenido su tibia hermosura en mis manos
no podré morir nunca.
Aunque muera mi cuerpo, y no quede memoria de mí.
De “Alegría” (1947)