La legislatura catalana empieza como concluyó la anterior: con centenares de personas agolpadas frente al hemiciclo para expresar con pancartas, gritos y algún insulto su indignación por un futuro que la crisis tiñe de negros recortes. Es el mejor retrato de la Cataluña de hoy: unos están en la calle, a pocos metros del zoo, otros se deslizan por las rojas alfombras de ese viejo arsenal militar cuyas gruesas paredes evitan cualquier invasión sonora. En un ejercicio de previsión y ahorro energético, los Mossos de Esquadra llevan meses sin retirar las vallas antimanis. “No hay pan para tanto chorizo”. “Que salga el Mesías al balcón”. ¿Es la voz del pueblo o su voluntad? Ajenos a ese ruido, los 135 diputados olvidan la calle y sus rencillas electorales, y se saludan con la ilusión pasajera y algo infantil del primer día de colegio tras unas largas vacaciones. Que no falten, sobre todo, las sonrisas y los abrazos frente a las cámaras de televisión. Hay razones para celebrar que con un poco de suerte 135 ciudadanos tengan asegurado un puesto de trabajo durante cuatro años.
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