todos los ciervos blancos se han muerto


yo quiero estar con vos para siempre
y que la muerte me deje por mentiroso


Todos los ciervos blancos se han muerto,
yacen destripados frente al lago calmo de la noche.
Niños silvestres mastican pequeñas bayas rojas
mientras se musitan deseos enseñando los dientes,
confeccionan con las vísceras de los ciervos
collares festivos al cuello y guirnaldas
de las que desciende una caricia de dedos de sangre
hasta sus sexos desnudos.

En la mitad de esa noche herida
vos sos la luz blanca de la cicatriz.

Me dicen lunático
porque dí mi corazón al ciervo blanco que huía.

Me dicen lunático porque a vos no la ví
y aún así sé pintarla en un cuaderno sin su ropa
lamiéndome la soledad.

Me dicen que en el jardín de un hombre
que no ha follado el milagro
no afloran vinos de agua ni peces de pan.

Me dicen.
Me dicen.

Estúpidos que no entendieron
que vos sos la agujita del pajar
que atraviesa el pie descalzo del ciego,
que no entendieron
que sos el sencillo tenedor de madera
en el sueño bonito de Tántalo.

No saben que yo ví en vos la belleza,
y que la belleza una vez vista
no pretende el loco poseerla
ni guardarla en su cajón de recortes,
tan sólo hacerse un rincón pegadito a su vera hipotética
a aullar y abrirse las muñecas a mordiscos,
pintarle a la muerte parasiempres de sangre en sus muros.

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