Para Ana Castro, por su dulzura
A Ana Rodríguez Callealta, por Concha Méndez
A Daniel Dimeco, por ayudarme a soñar
Todos sois Córdoba
Es admirable que la llama de los jóvenes que fundaron Cántico supiera nadar por el agua fría de Garcilaso, de Espadaña, del existencialismo impostado y del mesianismo político.
El responsable de esta edición cosmopoética, el poeta y novelista, Joaquín Pérez Azaústre, ha convocado en Orive a los Novísimos, destacando su plena vigencia y su apuesta por la trasgresión, algo tan necesario en la poesía de hoy.
Al tiempo que los poetas ya clásicos, llenaban Córdoba, los llamados "Emergentes" recorríamos nuestro propio camino, de la mano del gran bardo José Daniel García, flechazo poético el que se tiene con este niño-hombre de ojos negros y acento cordobés puro, purísimo, con el que tuve el placer de compartir mesa y mantel en Puerta Sevilla, junto a otro Emergente, Vicente Simón, maño, buena gente hasta decir basta, poeta retratista de mujeres, tipologías femeninas y Españas interiores y biseladas, negras, tradicionalistas y bucólicas que aparecen en los versos de su primer libro, "El Guapo", de Vitruvio. Con él compartí codillo, flan con nata, recital nocturno en El Burlesque de la Ribera, cortina de terciopelo roja detrás, jazz suave del Avalon Duo Jazz al tiempo, goce de la noche otoñal cordobesa, que es primaveral, esas cosas que tiene la tierra, extrañas y fascinantes.
Esa mañana, compartí Orive y la grieta iluminada tras días de lluvia, con cinco poetas en torno al libro de Pepa Merlo, Peces en la Tierra. Una antología de mujeres poetas de la Generación del 27, que nunca figuraron en las antologías, que fueron relegadas por su condición femenina a un segundo, tercero, cuarto plano. Mujeres como Chacel, Concha Méndez, Carmen Conde, María Cegarra o Ernestina de Champourcin. Algunas, apenas conocidas hasta la aparición de esta antología. Junto a Virginia Aguilar, Nuria Barrios, Pepa Merlo, Pilar Sanabria y Juana Castro, confrontamo sus poéticas con las nuestras, defendimos la necesidad de un revisionismo de aquellos tiempos, la necesidad de poner la tilde en femenino. No por cuestión de cuotas o paridad, sino por cuestión de justicia.
El domingo, horas antes de la clausura, volví a Orive al lado de versificadores tremendos y admirados: la profunda y dulcísima Ana Isabel Conejo; el sarcástico y grandioso Jorge Fondebrider (qué descubrimiento); el dueño de la voz más bonita que he escuchado, Fernando Delgado, que nos devolvió a Aleixandre y su Velintonia; los poema llenos de brío y de descubrimientos, frescos, jóvenes, de Vicente Simón. Canté a Lorca, no podía ser de otra forma, allí y en aquel atardecer, hubiese sido una afrenta dejar a Federico, que pulsa desde su tumba perdida lo que hago, lo que siento.
Dejar atrás esa Córdoba llena de libros de la Luque, de gentes entrando y saliendo por los jardines de Orive, cerquita del barrio donde nacen las mujeres más guapas de Andalucía (San Agustín), con el sonido acampanado de San Andrés y el ojo poderoso de la fernandina San Lorenzo, se hizo algo casi insoportable. Especie de ensoñación, de territorio mágico esa nueva capital de lo poético, de la que volví llena de ideas y de imágenes. Y con el refuerzo de la ética personal: el escritor debe ser península que se une mediante un itsmo a los continentes. No sobrevive alejado, pero tampoco en la marabunta y la borrachera de la fama. El escritor debe ser monacal, monasterio, refugio de las palabras. Más tarde, sus textos verán el mundo, pero mientras tanto el silencio debe ser su dueño y señor.
Tengo muchas cosas que agradecerle a esta Cosmopoética. La principal: el dorar, durante unos días, la belleza, en forma de antigua ciudad califal, en forma de cánticos al amor, la muerte y la existencia. Y, sobre todo, el mostrarme que también otros escritores poseen el mismo principio: el del trabajo en silencio, mezclándose con las palabras, dejándose querer por ellas no más, añeja la Vanity Fair, las exigencias, el palmear a los que se dicen grandes.
Volveré en diciembre a Córdoba, revisitaré Orive. Y volveré a la grieta, que aconseja y repite como un mantra: Sé senequista, teclea, teclea, lee y relee y busca tu refugio en el seno de ésta, tu casa.