artista invitado: El Conde


Tracción a sangre:

Estaba durmiendo plácidamente en casa cuando sonó el teléfono tres o cuatro veces hasta que pude atender. Era el jefe. Y si es el jefe a las cinco de la mañana significa que hay problemas, y graves.
Me pidió que me presente lo más urgente que pueda a un campamento militar situado a unos veinte kilómetros de la capital federal.
Como pude fui para allá. Tardé más de una hora en llegar. Como era de esperarse me detuvieron en la entrada y no querían dejarme pasar hasta que las autoridades militares tomaran cartas en el asunto. Sólo pude hacerlo luego de que llamara personalmente el juez de turno y autorizara mi visita, obviamente, llamado con buen atino por mi jefe que se la vio venir.
Recién ahí, se acercó un teniente coronel y me hizo de guía por el campamento. Mientras caminábamos por el predio me dijo que en los años que llevaba como militar nunca había visto algo igual.
No sabía exactamente de que me estaba hablando. Llegamos a la entrada de una caballeriza y el militar con semblante preocupado dijo:
-          ¡Pase y véalo usted mismo!
Cuando entré no lo podía creer. Era una verdadera carnicería.
Había un cuerpo recostado en el piso, sobre un montón de heno. Estaba abierto desde la garganta hasta un poco más abajo del ombligo, sus vísceras y demás órganos se esparcían por todos lados. Junto al cuerpo había un hermoso sable antiguo manchado de sangre. Y lo más extraño de todo fue encontrar un caballo en la misma caballería, completamente pintado de rojo, como pincelado, con sangre que supusimos era del militar muerto.
Más allá del asesinato, ¿qué clase de mensaje oculto era ese?
¿Un rito satánico, una secta, alguna mafia? No se. Eran muchas las posibilidades y pocas las respuestas. Interrogué a los militares del campamento en busca de pruebas o algún sospechoso, pero nadie sabía nada.
Por la mañana llegó el jefe al lugar con todo el equipo de investigación. Rastrearon todo el perímetro en busca de alguna pista, hablaron nuevamente con muchos soldados, pero la respuesta a todo esto fue siempre la misma, nadie vio nada, nadie sabía nada.
Lo único que sacamos en claro durante esa mañana, fue el testimonio de un par de soldados que estaban bajo las órdenes del oficial descuartizado, que nos dieron a entender que era bastante arrogante con sus subordinados. De hecho a uno de ellos lo había tratado muy mal el día anterior por algo sin importancia y lo había castigado quitándole uno de los días de franco que tenía el próximo fin de semana.
Aunque no creímos que fuera motivo suficiente como para hacer semejante atrocidad, hablamos nuevamente con el soldado. Por cualquier cosa...
Definitivamente, no pudo ser él. Aunque creo que lo odiaba tanto como para matarlo, no se encontraba dentro del perímetro del campamento al momento de la muerte del oficial, ya que estaba haciendo guardia, junto a otro soldado, en el ala opuesta del complejo.
Las autoridades de rango más elevado estuvieron bastante preocupadas en esos días, pensando que el asesino podría volver por algún otro camarada. Por eso duplicaron las guardias nocturnas en las adyacencias del campamento y los controles fueron mucho más estrictos.
Después de dos días intensos de rastreos y pericias me llamó el médico forense de la morgue policial para darme personalmente el informe del militar asesinado. Al llegar a la morgue me recibió el doctor Forester, y muy cordial como siempre, me hizo pasar.
-          Buen día doctor, ¿alguna novedad de importancia?
-          Hola, inspector. ¡Qué rápido pudo venir!
-          Realmente me tiene preocupado el caso. Tenemos muy pocas pistas.
-          Lamento desilusionarlo inspector, pero lo mío no es un gran descubrimiento.
-          No me desaliente de entrada, doc.
-          Es que este asesino sí que sabe lo que hace. No dejó ni un rastro.
-          Lo único que tenemos es un cuerpo abierto cuando aún estaba con vida por un diestro, desde la garganta hasta por debajo del estómago, un sable antiguo sin ninguna huella, que ya mandamos a investigar de donde proviene, con el que se produjo el corte y un caballo pintado completamente con la sangre del difunto.
-          ¿La sangre es la misma, entonces?
-          Así es inspector. Tanto la del sable como la del caballo coinciden con la del cuerpo.
-          Por mi parte inspector Moya, no tengo más nada que decirle.
-          Muchas gracias doctor Forester, si surge algo nuevo avíseme por favor.
-          Quédese tranquilo que así lo haré.
Me fui urgente a ver si se sabía algo sobre el sable.
Cuando leí el informe me quise morir. Era un sable de los comienzos del siglo XIX, de 1806 para ser más preciso. Había sido robado hace un tiempo del museo militar y pertenecía a un prócer de nuestra nación, uno de los militares más reconocidos de nuestra historia. Habían reportado el robo hacía tres meses, se investigó, pero nunca apareció.
El jefe ya estaba empezando a impacientarse. Estaban habiendo robos importantes y, mucho peor, asesinatos que estaban quedando en la nada. Y este del militar, iba a ser uno de ellos.


El Conde

continuará...

para leer la primera parte acá


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