ENGLAND: Oh, Ryanair, I hate you

You've ruined our holiday! No, boss, you ruined your holiday. Well, how'd you work that one out? Because you was a cheapskate and you booked with a crap airline, isn't it? (Come Fly with Me)

BBC
Me ha tocado la más tonta de las dos. Lo sé porque necesita consultar con su compañera todo lo que le pregunto. Puede que no sea tonta, solo nueva. O las dos cosas. Para el caso es lo mismo. Solo quiero coger el puto avión e irme de vacaciones.
Ya me dijo mi madre que estaba loco, que no volara con Ryanair porque había visto en La noria que era muy peligroso.
—Mamá, ya no se llama La noria, se llama El gran debate.
—¡Ay, hijo mío! ¡Qué disgusto!
Mis padres ven Telecinco, así que las dos únicas compañías aéreas que conocen son Spanair y ésta con la que me está tocando lidiar. Otra vez. Ojalá sea la última. 
Llego al aeropuerto con el papelito de mi reserva en una mano y mi equipaje en la otra. Reconozco en seguida el mostrador de Ryanair porque hay una mujer en el suelo sacando bragas de su maleta y metiéndoselas en el bolso. Me prometo a mí mismo no acabar haciendo nada parecido. Estoy listo para lo peor. Odio tanto Ryanair...
La verdad es que ni siquiera quería volar con ellos. No por miedo a que el avión se caiga, sino porque siempre encuentran alguna pega para cobrarme más y, al final, no sirve de nada lo que me ahorro con el bajo precio del billete. Pero el caso es que la página de Atrapalo me engañó. Antes escogías según la compañía aérea, el precio y el horario. Ahora para todas pone lowcost. Así que te puede tocar Ryanair, aunque no quieras, o cualquier otra. Es cuestión de suerte. Un riesgo. La ruleta rusa de los vuelos baratos.
—Vas a morir —me dijo Chuck cuando se enteró—. El avión se estrellará. Se quedará sin combustible y morirás calcinado en algún lugar de Francia.
A mi amigo Chuck le dan miedo volar. No tiene miedo a follar sin condón, ni a conducir borracho, pero la simple idea de subir a un avión le pone los pelos de punta. Puede parecer anacrónico y estúpido, pero es muy común. Salí con un chico que para poder volar se tomaba una pastilla de orfidal. Se colocaba y me preguntaba por el tamaño de la polla de los hombres con los que había estado. Pero podría ser peor... conozco mucha gente que directamente se niega a viajar por miedo.
—Tienes tres kilos de sobrepeso —dice la escotada que me atiende en un tono parecido al de azafata del Un, dos, tres. De hecho, lleva unas gafas de pasta similares a las del concurso. 
—¿Puedo pagar el sobrepeso? —le digo. 
La paz en mí. 
La paz en mí...
La chica me mira con horror. Otra pregunta que no sabe responde.
—Este chico quiere pagar el sobrepeso de su equipaje de mano —le cuenta a su compañera.
La otra azafata del Un, dos, tres, con idénticas gafas de pasta y escote, se acerca y me dice:
—Tienes tres kilos de sobrepeso.
—Sí. Eso ya lo sé.
Saco mi tarjeta de crédito dispuesto a pagar lo que sea.
—Lo siento. Pero no aceptamos sobrepeso en el equipaje de mano. 
—Solo son tres kilos.
Tres kilos de bragas se ha metido esa mujer de antes en el bolso. No tengo escapatoria.
Vas a tener que facturar —dice la lista y se vuelve a su lugar.
Me quedo mirándola fijamente, quiero que note que deseo asesinarla con poderes telequinésicos que en realidad no poseo. Pero me ignora y atiende a otros pasajeros.
Solo llevo una maleta. La maleta de mano. Nada de bolsos ni mochilas. Así que tengo pocas opciones. Puedo tirar tres kilos de ropa a la basura. Puedo ponerme tres kilos de ropa encima de la que ya llevo. 
—¿Qué eso lo que desea hacer, señor? Hay gente esperando.
Puedo estampar la cara de inepta de esta mujer y ser detenido por la policía. 
O puedo simplemente facturar.
—Sé que voy a arrepentirme de esto, pero voy a facturar.
—Muy bien, señor. Son 100 euros.
—¿100 euros?
—100 euros, sí. 
En efecto, voy a arrepentirme.
Por internet es más barato.
—Sí, incluso mi billete es más barato que eso. Me saldría más a cuenta pagarle un asiento a la maleta que facturarla.
La chica ha dejado de sonreír. Justo ahora que yo empezaba a ponerme gracioso.
Miro hacia atrás. Unas treinta personas esperan haciendo cola. No tengo paciencia suficiente para arreglar todo esto de ninguna otra manera que no sea ser timado. De repente, encuentro cierta dignidad en la estafa. 
Vuelvo a mirar a mi lerda interlocutora. 
—Cóbrame —digo, como si el dinero fuera algo que está muy por debajo de mis preocupaciones.
100 euros.
Me arrepiento en el mismo momento de hacerlo. Pero me queda la satisfacción de poder marcharme de ese mostrardor y empezar mi viaje.
Me prometo a mí mismo que no contárselo a nadie.

ENGLAND:
Camden Town
Flirt 
A house in Bournemouth
The Triangle
Gay Bingo
Exeter
Stratford
Capítulo final

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