La primera vez que vi el nombre de Cartarescu impreso en un libro trabajaba en una librería de un barrio castizo de Madrid donde parte del fondo se basaba en libros descatalogados y la clientela fija consistía en personas mayores, generalmente hombres de unos sesenta años en adelante que buscaban cualquier libro que costara cinco euros o menos. Entre el servicio de novedades, mientras que abría cajas, descubrí un par de ejemplares de El ruletista. Cogí uno, lo dejé en el mostrador y seguí dando de alta y colocando libros. A media mañana había terminado así que, como estaba solo y no había mucho más que hacer, me puse a leer. Afortunadamente durante toda la lectura no entró nadie en la librería: pude leer el cuento de Cartarescu de un tirón. Ahí estaba el hombre sin suerte que amasa una fortuna gracias al azar. Por supuesto, la primera en saber del descubrimiento fue mi compañera de trabajo que venía por las tardes. Esa misma tarde se leyó el libro y al día siguiente comentamos qué nos había parecido. Luego tuvo la suerte de que el propio Cartarescu le firmara en la Feria del libro de Madrid.
Fue tal el impacto que me causó el libro que decidí pedir algunos ejemplares más y ponerlos junto a la caja registradora.Cuando la gente venía a pagar siempre hojeaban los ejemplares. La cuidada edición, el pequeño formato, la cara sonrosada, llamaban la atención. Cuando me preguntaban qué era y de qué iba me lanzaba a explicarles qué tipo de libro tenían entre sus manos. Sea como fuera, en esa librería se vendieron seis o siete ejemplares, cantidad más que llamativa teniendo en cuenta el tipo de librería que era. Supongo que parte de la culpa la tuvo el hecho de que yo me mostrara entusiasmado al hablar del libro. Y ese entusiasmo se mantuvo vigente cuando publicaron Lulu. Y ahora, que vuelvo a trabajar en una librería, ando como un loco dispuesto a descubrir a Cartarescu a más gente.
Porque leer a Cartarescu es una experiencia (a pesar de lo grandilocuente que puedan sonar estas palabras); es dejarse arrastrar por un mundo que bebe tanto de la realidad como del sueño, de lo cotidiano como de lo fantástico; donde una historia da lugar a otra y esta, a su vez, a otra más. De ahí que las arañas y, sobre todo, su tela, esté presente en casi todas sus narraciones, porque todo está tejido, interconectado entre sí, forman un todo. Incluso los relatos que componene este libro (para mi hay alguna novela corta más que relato) tienen puntos en común, interactúan entre ellos, incluso con Lulu, personaje que aparece nombrado en uno de los cuentos.
El libro está dividido en tres partes: El Prólogo, compuesto por El ruletista, y el Epílogo, cuyo cuento lleva por título El arquitecto, y que me parece el más kafkiano en su composición. La parte central, Nostalgia, lo forman dos piezas como El Mendébil y Los gemelos y la obra maestra, REM. Este nucleo está caracterizado por la temática que, como el propio título indica, hace alusión a los recuerdos, a la infancia, a la añoranza de aquellos años que ya no volverán. Donde todo era posible, donde el mundo real se daba de la mano y cohabitaba con el de la fantasía.
Sé que no he hecho una reseña del libro, pero es difícil hablar de algo tan bueno. Cualquier cosa que comente no va a llegar a la sensación que se experimenta al leer a Cartarescu y si la editorial Impedimenta nos facilita la fuente (con un gran tradución de Marian Ochoa de Eribe), ¿quién soy yo para hablar de ello?