jardín del cogote


A Oliverio Tilín le partió el cerebelo un tiesto de amapolas caído de un balcón de jazmines.
Tras una breve pausa de daño terrenal y adulto
se le fueron los abstractos a dibujarse en aquellos pétalos rojos.
Primero el hambre básica, las prisas y saber nadar y -ya más tarde y en color-
el amor y un olorcito tenue a ayer por la noche miércoles hace años.

El cuerpo de Oliverio Tilín tarda aproximadamente ocho con tres minutos
en hacerse suelo, recibos y horas vésperas de lunes,
pero los pétalos de las amapolas coloradas e ilustradas de Oliverio Tilín
pueden verse arrastradas hasta cuatro o cuarenta años bisiestos por el vientecito de la tarde
y pegarse como hojas de periódico caducifolias en los rostros de los motoristas
provocando accidentes gravísimos en cadena en las carreteras que van a la ciudad.

Y apunten ustedes en sus cuadernos estos accidentes milagro.

Son accidentes que dejan hileras de automóviles deconstruídos tan obvios como la vejez,
pero también una alfombrita linda de pétalos rojos ilustrados de abstractas pinceladas
de amor y de un olorcito tenue a ayer por la noche miércoles hace años
que conduce sinuosa a secretas corrientes circulares de verdad de la buena
por donde los supervivientes de la hecatombe se llegan esperanzados a hermosos jardines
que ya nacen otra vez como amapolas vivas del cráneo de terracota de Oliverio Tilín.

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