Sobre ‘Campo de fuerza’ de Carmen Camacho

Campo de fuerza Carmen Camacho

 Campo de fuerza
Carmen Camacho
Salamanca, 2012 

 124 páginas 
PVP. 8 €


Los libros de poemas no se reseñan. Se leen. Como mucho uno puede recomendarlos -o dejar de hacerlo-. Por eso estoy recomendándoles, lo digo ya, que lean Campo de fuerza de Carmen Camacho y ahora ofreceré, parafraseando a Carmen, un 'folleto explicativo de su fuerza'. 
Con Campo de fuerza la editorial Delirio supera ya los diez títulos de su colección Krámpack de poesía. Una gran colección de formato pequeño fácilmente identificable por presentar libros cuadrados que son, literalmente, de bolsillo. La apuesta de la editorial por la poesía ha sido constante desde su nacimiento y la reciente publicación del monumental Zurita de Raúl Zurita confirma que el nombre Delirio ya debe estar presente en las conversaciones etílicas sobre poesía contemporánea y editoriales a los que somos tan dados los poetastros de este país. 
Se trata, creo, del libro más 'duro' de Carmen Camacho. Más maduro que 777 (Taller del Hechicero, 2007) y Arrojada (Cangrejo Pistolero, 2007), mantiene, sin embargo, la voz característica de la jienense y recuerda, sobre todo en los poemas más breves, claro, bastante al libro que más me había gustado hasta hoy, Minimás (Baile del Sol, 2008). Si tuviera que resumir el poemario -algo absurdo- , diría que Campo de fuerza nos lleva de la mano por el desconcertante proceso de mutación que transforma el vacío en hueco. El vacío que se nos presenta al principio -el vacío necesario para la forja del anillo, según recuerda Camacho mediante una cita de José Viñals- es un vacío ligero, promesa de otra cosa; primavera, visitas de mirlos que aunque negros, son mirlos al fin y al cabo, mariposas. Pero algo no está bien. Algo sucede detrás y el libro nos revelará que detrás de estos vacíos aéreos se escondía el hueco. 
La ironía estará más o menos presente a lo largo de todo el libro. En ocasiones la ironía servirá para hablar de la vida de «las de este pueblo» y de las mujeres que tiemblan al decir «te adoro» y en otras será utilizada para destacar la propia ironía de una situación, como sucede en uno de los mejores poemas del libro 'España uno Holanda cero', donde La Final se nos presenta como el principio de El Final, la tristeza que disimula tras la euforia colectiva: 'supe / que aquello era el principio / -segundo termodinámico- / que impide volver / a ser la misma de antes. 
Si bien es cierto que hay tropiezos puntuales donde el artificio cae sin red: 'Huelga de mi verbo / me declaro intransitiva', el tono del poemario está lejos de la generalizada 'poesía naïf' o, 'poesía de la frescura', que parece gustar tanto hoy a los críticos menos frescos y contiene muchos hallazgos; 'doportada del ruido'; 'la inquietud madruga'; 'el pájaro de la sal'; 'matemáticas de azar', son unos pocos ejemplos. Particularmente sugerente es la magnífica imagen cuasi bíblica del amor -o el amado-, en un poema sin título en la bíblica página 33, mendigando a las puertas de un templo que se ha erigido, precisamente, en su honor. 
La segunda parte del libro, llamada 'Polo opuesto' es, quizá, la mejor. Poemas como 'Igual a cero' (recuento habitaciones de hotel: / noches de hombre que araña / la puerta de mi cuarto y aúlla) o 'Buenas prácticas en Abu Ghraib' (No golpees directamente / a la víctima que cae en tu mano) no deberían ser ignorados cuando llegue la hora de recordar qué poemas se escribían en aquella España triste de principios de milenio. 
La tercera parte, 'Zona de Sombra' combina -sin que entienda todavía bien la razón- poemas muy breves y, creo, prescindibles, con textos fantásticos como 'Kepler-22B'; 'Estrella no deja ni huella' o todo un poema que yo definiría como 'cabrón' (para recordar el gran endecasílabo de Luis Melgarejo que sirve de cita -Llega el tiempo cabrón de las mudanzas-) como es 'Deshabitaciones': 'De quién qué cosa: / los libros las fotos los calcetines /las manos / De quién es cada objeto tuyo y mío'. Algo sucede, como decíamos al principio y no es casualidad que se note, sobre todo, después de este 'poema cabrón' que pienso reprocharle a Carmen la próxima vez que nos veamos, porque después de 'Deshabitaciones' llegan, con 'Carne de espejo' -estamos ya en la página 86/119- , por primera vez en el libro, los signos de puntación. Algo ha sucedido y algo sucederá para que la poeta se duerma llorando y soñando peces, para que el paisaje físico se convierta en un paisaje sentimental al que «tengo que volver». Pero basta. Hay que leer el libro. 

Dos apuntes finales, eso sí: me gusta enumerar los autores que se citan. Creo que siempre da una buena idea del recorrido del libro, de las lecturas que hay detrás de su lectura. A ver si la práctica se extiende. En Campo de fuerza podremos encontrar a José Viñals, a García Lorca, a Rudolf Clausius, a Lao Tse, a Benito del Pliego, a Antonio Machado, a Carlos Edmundo de Ory, a Fernando Pessoa, a María Zambrano, a Maria Mercè Marçal -escrito 'a la castellana', hay que decirlo-, a Luis Melgarejo, a un cartel de un naranjal, al pregón de Mirabrás, a Jorge Riechmann, a Claudio Rodríguez, a Fernando Quiñones, a Rafael Pérez Estrada, a Laura Casielles, a Agustín García Calvo, a Eduardo Scala y a Justo Alejo. 

Tampoco puedo dejar de comentar la magnífica labor que ha hecho la editorial Delirio y su director, Fabio de la Flor: tanto la cuidadísima edición, como el formato, como las guardas -un electrocardiograma que, suponemos, es de la propia autora- como la portada hacen de este objeto un objeto bonito, deseable, coleccionable y fuerte, por dentro y por fuera. 




 Ben Clark


Carmen Camacho










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