El primero es especial, único. Hasta diría que es un igual y como tal dotado de ánima y de libertad.
Al descubrirlo colorado entre las verdes matas, la emoción que se siente no es está lejana de la paternal.
Luego, mañana posiblemente, ya habrá más, muchos, demasiados: ensaladas, salmorejos, gazpachos, salsas embotadas para el resto del año....
Pero sólo el primer goza del don de la individualidad.
Fue precisamente al ver ese primer borbotón ensangrentado, realizando la alquimia de los últimos rayos de sol del atardecer transformados en rojo, encarnado, cuando el hombre le dio nombre:
¡Tomate!
¡Ah, qué ventura sería verlo todo por primera vez!
¡Poder nombrarlo!