FLORIDA: Las propinas

—Nunca dejo propina, no creo en eso. —La chica ha sido simpática. —Está bien, pero tampoco es nada especial. —¿Qué querías? ¿que te la chupara debajo de la mesa? (Reservoir Dogs)

MULA
Estoy comiendo solo en la barra del restaurante Brio en el centro comercial Millenia y una tía cuyo culo rebosa el taburete no para de hacerme preguntas. Así no se puede comer.
¿De dónde eres?
De Barcelona.
¡Oh, qué bonito! Barcelona. Yo una vez estuve en Madrid.
Qué bien.
El camarero no deja de llenarme el vaso de coca-cola. Supongo que quiere una buena propina. No sé cuánta coca-cola cree este hombre que soy capaz de beber durante una comida, pero creo que se ha propuesto descubrirlo.
¿Y qué haces aquí? ¿De vacaciones?
Sí.
¡Oh, vacaciones! ¡Qué suerte!
Sí.
¿Y qué has visitado?
Disneyworld.
¡Oh, Disneyworld!
En Estados Unidos las propinas son obligatorias. Ellos te dan la cuenta y tú tienes que sumarle la cantidad correspondiente. De hecho, el sueldo de algunos camareros está basado únicamente en las propinas. 
¿Y vas a hacer muchas compras?
Creo que sí. Tengo que esperar a que mi amigo salga de trabajar.
¡Ah, tu amigo! 
Sí.
¿Y por qué no te vas a dar una vuelta con el coche?
Es que yo no conduzco.
¿No conduces?
No.
Pero... ¿no conduces?
No.
Si vuelve a preguntarlo le aplasto la cara en su plato de macarrones.
¡Cómo no vas a conducir! ¡Que ya eres mayorcito, tú!
No conduzco.
No puede ser.
Se lo juro por Obama.
¿Y cómo te desplazas en Barcelona?
Bueno, es que en Barcelona tenemos metro.
¡Ah, metro! Claro. Que ahí tenéis metro.
Esta es la primera vez que estoy comiendo solo, así que por primera vez tengo que calcular la propina sin ayuda. El camarero deja la cuenta y sonríe. Yo me la miro una y otra vez y trato de pensar mientras la gorda me cuenta con la boca llena que una vez en Madrid cogió el metro.
Perdona, ¿sabes cuánto tengo que dejar de propina?
Mi primera pregunta en una hora. Al menos, esta pesada me va a servir de algo.
...
O eso creía.
...
Mi oronda interlocutora, de pronto, se ha quedado muda. Por primera vez en toda la comida. Justo cuando necesito que hable.
A ver... dice arrancándome de las manos la factura—. ¿Cuánto pone?
Diez dólares digo.
Bien. Pues le dejas cinco.
La obesa de culo abundante me devuelve el papelito y se chupa los dedos. Tiene orégano en los dientes.
¿Cinco dólares?
No puede ser.
Sí, claro.
Creo se equivoca.
¿Seguro?
Sure.
Lo dice con mucha seguridad.
Ok.
Y así fue como dejé una propina del 50% por culpa de una rechoncha charlatana.
Ni los propios americanos tienen idea de cuánto se tiene que dejar de propina.

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