Las marcas de las cuerdas sobre la carne.

(Fotografías de Grzegorz Kowalski : Maison de Poupée)

Necesitaba madurez,
dolor de entrañas,
pus en las heridas.

Necesitaba destruirme
para ser yo
y beber aire de las piedras
para no echar de menos,
para no desgranarme.

Necesitaba dos años sin espasmos,
creencias póstumas
-familiares de alguna sustancia-
y bibliotecas teniendo hijos,
pariendo durante nieblas interminables.

Ya expiró.
Era lacra vieja.
Lacra seca.
Lacra malsana.
Eran vicios en el aire, vicios en las amenazas, vicios en el "yo" como sorbiendo al superhombre tras la eclosión del huevo, tras la última gota que deja entrever la membrana de la médula, de las costillas, de la carne rasgada sobre la carne, de los idiomas de los muertos que fuimos -fui- y a los que conseguimos acribillar a escupitajos.

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