Aunque en el vídeo de American Airlines todo el personal de seguridad sonríe y es amable, lo que en realidad me encuentro en el control de aduanas es un tío con cara de perro que me dice que mi pasaporte está caducado y que no puedo entrar en los Estados Unidos. Estoy en el aeropuerto de Miami y casi se me para el corazón.
MULA |
—¿A dónde se dirige?
—A Orlando.
—¿Por qué motivo?
—Vacaciones.
—¿Por cuánto tiempo?
—Una semana.
—¿Cómo vuelve?
—En avión.
Eso es lo que sucede por querer contestar demasiado deprisa.
El caraperro número uno ha detenido en seco su interrogatorio. Ha levantado la mirada del pasaporte. Desafiante. Como diciendo: "Cuidado, chaval. La seguridad de los Estados Unidos no es un juego, así que no te andes con gilipolleces". Pero, en realidad, no decía nada. Solo aguantaba la tensión del silencio.
Yo quería decirle que su pregunta estaba mal formulada y que si quería saber en qué aeropuerto hago escala a la vuelta, tendría que expresarlo de otra manera. Pero el tipo permanecía callado mirándome, así que le he dicho:—Escala en Nueva York.
—Obviamente que vuelves en avión -ha insistido él.
—Desde Nueva York.
—Le pregunto por el recorrido.
—Claro. Escala en Nueva York.
—A la ida, no importa, porque es el mismo Estado. Pero, a la vuelta no veo ningún vuelo reservado.
En ese punto, he tenido serias dudas de que me estuviera escuchando, pero he insistido:
—Hago escala en Nueva York.
Y sin volver a mirarme, me ha puesto una pegatina en el pasaporte, me ha entregado el formulario y me ha dejado marchar.
En el formulario me preguntaban si alguien había tocado mi maleta. Me preguntaban si había visitado una granja, un rancho o una pradera. Si había estado en las inmediaciones de ganado. Si llevaba más del equivalente a 10.000 dólares americanos. A todo he respondido que no. Por eso, no entiendo qué problema tiene el caraperro de aduanas y protección fronteriza del aeropuerto de Miami. Claro que llevo encima diez horas de vuelo y ya no sé ni qué hora es, ni dónde estoy, ni lo que me está diciendo en su inglés masticado de policía federal.
—Su pasaporte está caducado.
Yo solo quiero llegar a Orlando y que Will me dé un abrazo de bienvenida.
—He pasado ya un control y no ha habido ningún problema con el pasaporte -le digo.
—Está caducado.
—No, no lo está.
¿Es que eres un puto disco rayado?
—Caduca en julio, el mes que viene. Y yo solo voy a estar una semana en Estados Unidos.
—Deberías haberlo renovado antes de venir.
—Cuando rellené el Electronic System for Travel Autorization puse la fecha de caducidad de mi pasaporte y me autorizaron la entrada al país -le digo mostrando el documento por el que tuve que pagar 14 dólares y nadie me está pidiendo.
—Necesitas un pasaporte que por lo menos tenga vigencia durante seis meses para entrar a los Estados Unidos.
—Escuche, vamos a ver... Yo me voy dentro de una semana, no necesito ni un mes ni seis. Me quedo en casa de un amigo. Por vacaciones. En Orlando. Me marcho el lunes que viene. No va a suponer ningún problema. Por favor.
El caraperro parece que se lo piensa. O busca una respuesta automática en su base de datos mental. Cada vez tengo más claro que no son humanos.
Finalmente, coge mi mano. Me toma las huellas dactilares y señalándome con un dedo, me advierte:
—Tienes un mes para abandonar el país.
Y por fin me marcho, caminando deprisa, antes de que empiece la cuenta atrás.
Tres horas después, en la terminal A del aeropuerto de Orlando, Will me da mi abrazo de bienvenida.
FLORIDA: