"Todos tenemos algún nombre propio al que echar la culpa" (Al Desnudo, Chuck Palahniuk)
Por la disposición de la estancia, parece más un parque zoológico que la presentación de un libro. Los organizadores de la sala de conferencias de FNAC-TRIANGLE han decidido que hay demasiada gente, así que han quitado las sillas para que quepamos todos. De esta manera es como una masa de más de cien personas de pie se amontona armada de teléfonos de última generación para fotografiar al escritor Chuck Palahniuk.
Me han enviado a cubrir el evento y ni siquiera estoy acreditado. Es mi primera vez. Así que he tenido que hacer cola en la calle con los fans durante una hora observando sus camisetas de Star Wars, Megadeth y Juego de Tronos. "¿Qué grupo toca?", preguntaban los transeúntes. "Un escritor", contestaba yo y les veía alejarse decepcionados. Nadie espera que haya gente tan loca como para perderse un Barça-Madrid por ver hablar a un tío que escribe libros.
En el zoo de la FNAC, tienen a Chuck expuesto sobre una tarima, iluminado con dos focos. Está sentado en un sofá junto a su traductora de español, con las piernas y los brazos cruzados, acariciando un ejemplar de su nueva novela Al Desnudo. Ni siquiera presta atención a las camisetas de Kill Bill y Extremoduro, como la estrella del parque que ya ni se fija en los visitantes que la observan. Me acuerdo de Copito de Nieve. Me pregunto si algún día Palahniuk acabará cagándose en la mano y lanzando la mierda a los lectores que le pregunten de dónde saca la inspiración.
A su derecha, de pie, apoyado contra la pared, Álex de la Iglesia espera su turno. Es el encargado de presentar al animal mediático de la tarde. Eso parece hacerle feliz: “No soy digno, yo soy como vosotros. He venido aquí también para escuchar hablar a este tipo de aspecto normal al que admiro”, dice. De la Iglesia insiste en querer acercarse emocionalmente a la gente común. Hoy lo tiene más fácil que otras veces. “Ninguno de nosotros parece real. Lo único que a estas alturas nos puede parecer real es un puñetazo. ¿Alguien se atreve?”, bromea el director. Los asistentes ríen. Nadie se acerca a golpearle.
Yo estoy atrás de todo. Ni con los seguidores ni los profesionales. Tras las camisetas de Blow up y Lehendakaris Muertos, un tío absurdo con una libreta sin saber qué escribir. Ese soy yo.
Palahniuk se muestra frágil y poco extravagante. Mide una a una sus palabras mientras nos habla de la muerte y del ridículo que hacemos al negarla. Explica anécdotas sobre el actor Edward Norton y el director David Fincher: “El verdadero club de la lucha sucedió entre ellos durante el rodaje de la película”, nos cuenta.
Percibe cada pregunta como un reto intelectual. Escribe anotaciones hasta de las más breves y se toma su tiempo para responder. Sonríe. A veces tarda tanto que tiene que reírse y pedir un segundo para pensar. Quiere ordenar sus ideas como si fuera a escribir un relato en vez de ponerse a hablar.
“En mi obra, todo es estructura, no hay más secretos”, le confiesa a un joven escritor. Quizás ahí reside también la clave de su forma de ser. Palahniuk es alguien agradable que escribe sobre lo desagradable. Un tipo con una camisa rosa pálido que nos dice: “Los libros son mejores que las películas porque en una película no puedes poner un mono metiéndole a alguien cacahuetes por el culo”. Es un señor al que le encanta el silencio.
Un adolescente gordito, con gafas de pasta y voz temblorosa le dice con su camiseta de Sim City que leyó su libro y creó en su colegio un club de la lucha. Son esas pausas llenas de significado las que Palahniuk disfruta más, para después responder: “Por favor, no vuelvas pegarte con nadie”.
En la firma de ejemplares, dos días después, veo que ha perdido toda su humanidad. Se ha convertido en un robot repitiendo los mismos gestos como si nunca hubiera salido de la cadena de montaje de la fábrica de contenedores de Portland. Yo he comprado dos libros: el nuevo Al desnudo, por hacer la pelota, y un ejemplar de El club de la lucha, porque el que tengo en casa está firmado por mí y no quiero hacer el ridículo. Pero al final nos dicen que sólo firmará un ejemplar por persona, así que paso del peloteo y dejo salir al fan escondido.
—Quiero darle las gracias por sus libros —le digo en inglés.
—Gracias a ti por la espera —responde.
—Eres una gran inspiración para mí.
—Ten cuidado con lo que deseas —me contesta sin ni siquiera mirarme.
Me devuelve el libro firmado y le doy las gracias otra vez. "Be careful what you wish for". Creo que con esa frase acaba de resumir mi vida. Aunque, probablemente, se refería a la suya.