Aviso: voy a escribir muy rápido esta entrada. Como si sólo tuviera media hora y a pesar de ello me empeñara en que el post fuera largo. De unas diez mil palabras por lo menos. La hipótesis es casi cierta, con esa certeza de la ficción de decir la verdad a través de la mentira. Y en cualquier caso, este escurrirme es la única manera de poder hacer tiempo para el blog: pararme en el minuto y en el segundo, y estirarlo a fuerza de teclear. Por ahí fuera el tiempo me teclea a mí, aunque esta semana le he dicho a varios amigos que no voy a quejarme por el tiempo que no tengo, y también os lo digo a vosotros: no pienso quejarme más. Éste es mi último gruñido sobre el particular.
De entre las personas que conozco, Óscar debe de ser de los pocos de fuera de Madrid que han encajado en un barrio hasta hacerlo suyo. Las personas que más frecuento son casi todas de mi generación; supongo que eso explica que, si no veo a foráneos (pero en Madrid es todo foráneo) bien acoplados a, por ejemplo, Aluche, puede deberse a que no han vivido los suficientes años mirando el ladrillismo (aunque Óscar lleva media vida aquí, al igual que yo: sean ustedes conscientes de lo resbaloso de mis afirmaciones). Otra explicación plausible es que me muevo entre burgueses acostumbrados a vivir en el centro de Soria o de Minglanilla, y a los que no se les pasa por la cabeza venirse a la capi para exiliarse del centro, porque digo yo que a alguien de Mislata (Valencia) no se le debe de hacer el cuerpo raro en un barrio. Y una tercera y última explicación: lo que ocurre es que en Madrid no cuenta sólo el concepto o el ambiente, sino también la lejanía. El que sea realmente un coñazo salir de tu barrio para ir al centro porque queda a tropocientas paradas de metro y siete mil transbordos. Tal vez por eso a Óscar se le ha hecho el cuerpo, porque Tetuán está dentro de la M-30, al igual que Prosperidad; son distritos en verdad poco excéntricos y muy habitables para los que no nos acostumbramos a que Malasaña no esté a un paseo. Y además Óscar vive con su pareja en un edificio donde se aloja la famila de su pareja. Todo queda en casa. La vida de Óscar, por estas y otras cuestiones, me parece envidiable los días en que quiedro tener pareja y una familia cerca para que me invite los domingos y fiestas de guardar a paella. Sin embargo, otros días no quiero eso. Otros días no sé lo que quiero.
He quedado en Cuatro Caminos con Óscar y con Asís. Óscar es escritor, y Asís fotógrafo (van a ver en este post tres fotos maravillosas que son suyas; el resto, meramente naturalistas y hechas de cualquier manera, proceden de mi móvil). Aunque está nublado llevo gafas de sol, y quizá por eso Óscar, o tal vez Asís, me suelta: "Pareces una actriz". Si hiciera sol no me habrían dicho nada; las gafas de sol cuando no hace sol tan sólo ocultan llamando la atención, y los famosos van por ahí con sus gafas porque hay un juego de ser reconocidos en el intento de pasar desapercibidos. Creo que Montaigne decía algo así como que la modestia es la forma más refinada de la vanidad. Sólo he conocido a una persona que nunca se quitaba las gafas de sol: Chavela Vargas. De noche y de día. Bajaba al comedor (entonces yo vivía en la Residencia de Estudiantes) y me encontraba a Chavela con sus gafas, sin saber si me miraba. Me ponía nerviosa. Con lo de "Pareces una actriz" me imagino algo a la española, y que en lugar de actuar, canta: La Pantoja, María Jiménez. Mi imaginación es cañí, qué se le va a hacer. Por cierto, si hoy llevo las gafas de sol a pesar de la materia gris del cielo es porque tengo conjuntivitis.
Sobre Tetuán hablé aquí. Me la enseñó Urban. De Tetuán recuerdo asimismo un paseo de antes de saber que era Tetuán, con mi padre y recién llegada a Madrid. Antaño eran habituales los paseos en coche con mi querido progenitor, quien afirma que los vehículos se han inventado para liberar al género humano de tener que ir andando. Cuando mi padre se encuentra con ecologistas que quieren limitar el uso del coche en las ciudades grita: ¡Viva la contaminación! El día que mi padre me llevó a Tetuán sin que yo supiera que se trataba de Tetuán, lo que quería era mostrarme el Instituto Virgen de La Paloma, que está en Francos Rodríguez. Allí estudió Máquinas Navales para posteriormente embarcarse en Barcelona (creo) y desembarcar en Cádiz después de haberse pasado toda la travesía vomitando. Mi padre trabaja desde los 13 años; cuando se decidió por las Máquinas Navales llegaba a clase (turno de noche) tras patearse la ciudad con una maleta llena de telas. Era representante de tejidos. Pienso ahora que tanto andar quizá le haya hecho aborrecer los paseos, y que si estudió Máquinas Navales a pesar de que odiaba el mar se debía a su deseo de marcharse lejos. El caso es que ese día en el que vine a formalizar la matrícula en Filosofía mi padre me llevó en coche a ese barrio para mí ignoto, y que estando con Óscar y con Asís, y antes de llegar al Instituto Virgen de La Paloma, empiezo a reconocer el ambiente visto con mi padre allá por el año 96. No se trata de nada en concreto, y es raro cómo funciona la memoria, a través de formas que por su vaguedad se asemejan a lo abstracto. Una calle, una cuesta, caídas de luz que dormitan en el recuerdo como si fueran imágenes soñadas. Entonces comienzo a esperar a que aparezca el Instituto Virgen de la Paloma. No tengo en verdad ninguna seguridad de que mi archivo memorístico no esté dañado.
Finalmente arribamos al Instituto y menciono a mis acompañantes que mi padre estudió aquí; Óscar me dice que hay generaciones enteras en el barrio que han hecho su formación profesional en el Virgen de la Paloma, y que el lugar es por ello un hito.
Aclaro que estoy empezando por el medio del paseo en lugar de por el principio, que es Bravo Murillo, calle recorrida por mí hasta la saciedad durante 2009 por motivos que no vienen al caso, y explorada por primera vez cuando en 2003 estudié unas oposiciones que sólo deseaba suspender. La academia caía por Cuatro Caminos, y con el buen tiempo me daba paseos hasta Estrecho, o callejeaba tímidamente. Tetuán era sólo el nombre del distrito en el que vivían algunos de mis compañeros de la facultad, y también el lugar al que diariamente partía de madrugada la dueña de un garito brasileño de Lavapiés, sito en la calle Salitre, y al que yo acudía entre semana para marcharme a la misma hora que ella. La repetición, el alcohol y la resonancia marroquí de Tetuán me llevaban muchas noches a soñar en una huida en taxi hacia un Tetuán que era a la vez un barrio de Madrid y una ciudad al borde del Estrecho de Gibraltar. El Tetuán de mi sueño tenía una oscuridad con nubes naranjas al fondo, y estaba plagado de posibilidades. Sé que siempre cuelo algún sueño en los paseos; no puedo evitar soñar con espacios ni la posterior conexión del paisaje onírico con el real.
Paramos primero en un solar donde hay un circo que en esta atmósfera grisácea recuerda a imágenes de Diane Arbus. Se trata del circo de Teresa Rabal. Me imagino a Arbus fotografíando a Teresa Rabal desnuda frente a las lonas, con el cuello ladeado y esa sonrisa de los discos que yo aborrecía cuando niña. Escribo esto justo antes de que Asís me pase una foto cojonuda que me hace no pensar más en lo que habría hecho Arbus y centrame en lo que ha hecho él:
Luego nos metemos en el antiguo cine Europa, hoy Saneamientos Pereda: alcachofas para la ducha y tazas de váter en un espacio pensado para ver y verse. Óscar y Asís se preguntan dónde estaría la pantalla y qué obras se han llevado a cabo para dejar el espacio casi redondo, para expurgar el aspecto de anfiteatro y envolverlo todo de luces de neón blancas y estanterías. De nuevo una foto estupenda de Asís:
A continuación vamos a la Parroquia de San Antonio. En Tetuán viven muchos inmigrantes latinoamericanos, y en esta iglesia ya le han hecho hueco a la imaginería del otro lado del Atlántico. Tiene su altar, por ejemplo, la Virgen de Nuestra Señora de Coromoto, patrona de Venezuela.
Ignoro si traer vírgenes y cristos de otras latitudes aumenta la afluencia a la casa del Señor. La parroquia de San Antonio exhibe ese vacío de todas las iglesias españolas, que se llenan sólo en la vistosa y muy social misa de los domingos, y a las que entre semana sólo acuden viejas a susurrar el rito. Nunca he experimentado un sentimiento religioso en una iglesia.
Callejeando el ambiente latino se hace notar; yo diría que abunda el rollo dominicano, y Óscar me dice que hay un claro cambio de ritmo en el barrio, un cambio más nocturno y salsero; prueba de ello son los horarios de algunos de los negocios latinos, que abren y cierran más tarde que los españoles.
Podríamos parar en algún sitio para comer, qué sé yo, patacón pisao, pero no. Optamos por la bravas y los callos con garbanzos del bar Marcos, sito en calle Santa Juliana número 4. Es uno de los favoritos de Óscar para comer bravas.
La colonia Bellas Vistas, penúltima parada de nuestro paseo, se construyó en 1928 por la Compañía Anónima de Casas Baratas, y responde a lo anteriormente descrito: casas de lujo dándole coba a casas modestas. En puridad, y a pesar de las diferencias, aquí reina la inmodestia: tener una casa con jardín en pleno Madrid es hoy un lujazo. Ahora bien, Bellas Vistas tiene calle particular, y lo particular es siempre más estático; normalmente hay mayores posibilidades de que te ocurran cosas estando en compañía. Quiero decir que ese no pasar de gente por la calle, y de albañiles por las fachadas, y de coches junto a los autos aparcados, se nota. La colonia da tanta envidia como sensación de decadencia, y una señora pretende cortarnos el paso. Asís y Óscar son encantadores de serpientes, y la señora, que dice estar harta de que se cuelen yonquis y excursionistas, se entusiasma con mis cicerones y nos cuenta la historia de su casa y de los árboles de la colonia. Pongo durante algunos días mucha aplicación en que no se me olviden los nombres de los árboles, pero es en vano. "¿No hay un libro de Almudena Grandes en el que uno de los personajes vive en Bellas Vistas?", creo que dice Óscar. No puedo evitar querer saber qué historia protagoniza ese personaje, si es que existe. Creo que en realidad lo que quiero es inventarme su vida.
De Bellas Vistas nos vamos a la Dehesa de la Villa, un pulmón radioactivo que me dio tema de conversación hipocondriaca durante mis años de estudiante en la Complutense. Sobre la radioactividad de la Dehesa dejo información aquí. Hay unos pocos corredores inspirando y exhalando plutonio, aunque nosotros no hablamos de la contaminación, sino de los confines de la ciudad. Las grandes ciudades limitan con las circunvalaciones; no es posible salir de ellas andando con cierta tranquilidad. Sin embargo, en Madrid hay espacios que producen la ilusión de que la ciudad acaba de terminarse ahí mismito, justo donde te estás manchando las botas de barro, y de que, si quieres, alcanzas la sierra sin volver a oler el asfalto.
Óscar quiere enseñarme el Cerro de los Locos, donde, me dice, a veces van hombres desnudos.
Aquí están los dos: