No le comento a A. que he tenido serias dudas sobre cuál era el lugar exacto de nuestra cita. Él me había dicho con pulcritud: En Legazpi, en la embocadura del puente que lleva a Usera, con vistas al césped del Manzanares. Y yo, delante de las imágenes vía satélite de Google, me preguntaba: ¿Qué cesped? El Manzanares salía verde, pero eso, me dije, no es más que el verdín del agua. Cierto que en el mapa sólo se veía un puente; sin embargo, la inseguridad provee de posibilidades insospechadas.
A. también me dijo que en Usera había lagos.
¿¿Lagos??
Sí, lagos. Y un vampiro chino.
Por favor, le contesté, quiero ir ya a Usera.
En la Wikipedia pone que Usera es un distrito con siete barrios: Orcasitas, Orcasur, San Fermín, Almendrales, Moscardó, Zofío y Pradolongo. Su creación es reciente (1987), y lo que había por estos lares eran huertas, entre las que destacaba la del tío Sordillo, un terrateniente cuya hija se casó con el coronel Marcelo Usera. El tal coronel decidió que era más rentable edificar que vender alcachofas, así que parceló el terreno y lo vendió. Añade la Wikipedia: "El encargado de la delineación y trazado de las calles fue el administrador de don Marcelo, por lo que decidió dar a las calles nombres de los miembros de la familia Usera, así como del personal de su servicio y algunos vecinos. Tales calles son por ejemplo Isabelita, Amparo o Gabriel Usera. Su calle principal es Marcelo Usera, situada entre la Plaza de Fernández Ladreda (conocida popularmente como Plaza Elíptica) y la Glorieta de Cádiz. Limita con el distrito de Carabanchel por el oeste y noroeste, con el distrito de Arganzuela y el Río Manzanares por el noreste, con el distrito de Puente de Vallecas por el este y con el distrito de Villaverde por el sur."
La verdad es que cuando voy a visitar barrios nunca miro la Wikipedia, y cuando escribo sobre ellos tampoco. Pero hoy sí. Sobre Usera sabía yo que la calle Antonio López, patrón de este blog, conecta Marqués de Vadillo con Marcelo Usera, es decir, Carabanchel Bajo con parte del distrito.
Durante unos años viví entre Urgel y Oporto, y una tarde callejeé con Esther hasta aquí, excursión que se me antoja en cuesta arriba, y que sin duda mezclo con otras excursiones por la zona. Antaño, cuando me cansaba del parque de San Isidro para mi jogging vespertino, paseaba mi chándal entre ambos distritos. O entre Carabanchel y Carpetana, que es más lúgubre. Luego recuerdo, y también sueño, con marañas de calles, que más o menos tendrían esta forma en texto:
"La acera era estrecha, alta e incómoda como la de un pueblo, pero no tuve dificultad en, una vez comprobado que no había coches, pasarme a la mitad de la calzada y llegar a la cúspide pensando en batir un récord en los cien metros lisos. Descubrí otro montículo, y luego otro y otro; por la forma en que se disponían, parecía que el espacio contara con un espesor distinto, y pensé que nunca había visto cuestas parecidas, que no engañaran por su forma de vericuetos, como ocurría en ciudades árabes, sino por disponer de un espacio cuya extensión real se hurtaba porque podía permitirse la promesa de un horizonte. Me paré; estaba sin resuello, y también un poco molesta porque no tenía el premio de reposar la vista en un paisaje, ni de saber qué había más allá. Los edificios de protección oficial setenteros se alternaban con las típicas casas bajitas que hacían pensar en algún pueblo de Ciudad Real, o de Galicia si estaban remozadas con azulejos de los de poner en el cuarto de baño. En una de ellas había unos maderos sujetos con clavos en la puerta: era la típica vivienda que llevaba años cerrada, y eso seguiría pensando si no fuera porque, por el agujero de una puerta, asomó un gato orondo, que no pudo sacar el resto del cuerpo, pero que me dijo miau. Cuando desapareció advertí una luz tenue que venía del hueco. Al agacharme, vi un patio, y al final las resistencias naranjas y brillantes de un calefactor en torno al cual se movían unos pies. Era pues una casa ocupada, y los maderos estaban ahí para disimular"
La parte de Usera que A. me enseña, Almedrales, cuenta con todos estos elementos: alguna casita baja ocupada, losas que parecen del baño en las fachadas, ladrillismo VPO, animales que sólo pueden asomar la cabeza entre los alambres, lomas coronadas por la promesa del horizonte. También cuenta con parte de lo que yo tenía asociado a Usera, ser el Chinatown de los barrios (el del centro está entre el Mercado de los Mostenses y Leganitos). Con Esther, allá por el 2003, me asomé a los videoclubs chinos, y a alguna que otra peluquería oriental. Tal vez había boutiques con trajes de novia de color azul. Asia asomaba la patita. Hoy, en la calle Dolores Barranco y aledaños, ya tiene medio cuerpo fuera. A. me dice que son capitalistas sin complejos, y que se pasean en ¿Mercedes, Bemeuves? negros (lo siento, A.; jamás recuerdo las marcas de coches). En general, tengo poca memoria, y mejor que suelte cuanto antes lo que él me dijo, así al mogollón: no le gustan las plazas porque en ellas se junta lo más granado de lo peor, y en "lo peor" debemos incluir los asesinatos; el increíble chino de la calle La Pilarica, que empezó con una tienda de alimentación, siguió con un Todo a Cien y culminó con un súper de fruta y verdura cuya estética es similar a los Piedra de Córdoba; las emboscadas de la policía, también en La Pilarica; el mesón gallego A'Barca, que tiene retratos de Franco y botellas de vino con el careto de José Antonio, y que pertenece a un tipo de El Ferrol que se dedica a hacer viajes y a fotografiarse con famosos o en situaciones exóticas (?).
Comemos en A'Barca: está todo rico, y las patatas las sirven espolvoreadas con perejil, y no con pimentón. A. me cuenta sobre un sótano que ya no sé si está en Usera o en la calle Cáceres, pero sobre esa historia he de comportarme como Hemingway con sus icebergs. También me habla de Pradolongo, un parque dantesco que él no frecuenta porque no le gustan los parques. El lugar, dice, es literario, pues tiene plaquitas bajo los árboles en las que se describe la especie vegetal utilizando palabras como "lanceoladas". Su comentario hace desfilar por mi cabeza el libro Árboles y arbustos de Europa que utilizaba cuando niña para ilustrarme cuando mis padres me llevaban al campo, y que me servía de poco, pues en Valencia reinaba el pino carrasco. Las descripciones de Árboles y arbustos de Europa eran como pronunciar "Krakatoa" veinte veces mudando el acento y haciendo muecas. También me habla, por supuesto, del vampiro chino. Los vampiros y demás fauna de ultratumba es todo lo que nos queda a los profanos del temblor y la emoción del Más Allá. Iker Jiménez lo sabe muy bien. A. vio por primera vez al vampiro de Usera en los desaparecidos cines Liceo, donde había unas extrañas cruces. Al parecer, si eres chino los crucifijos ni fu ni fa. Hay que usar la hoz y el martillo. También lo vio pasar volando, y vendiendo barritas de pan en la tienda de alimentación de su padre. Luego le perdió la pista, aunque sospecha que se ha convertido en avestruz, en concreto en la que está en el Centro Socio-Cultural Mariano Muñoz. Sólo así se explica que el animal no aparezca decapitado algún domingo a consecuencia de los crueles furores adolescentes. He de decir que noté cómo el avestruz miraba mi cuello y se relamía el pico.
Desde lo alto de la biblioteca José Hierro, que es uno de los lugares preferidos de A., hay una panorámica de Madrid que debería ser preceptiva para las postales. Aunque en realidad, y vía Antonio López, ya lo está siendo. La densidad soleada del aire, lo que se puede barruntar desde la M-30 y la M-40, el golpe que te da la ciudad si la recuerdas desde la playa, y también una impresión de soledad, como si los edificios estuvieran vacíos o los habitara el desierto. Esa impresión de páramo que desprende la imagen sólo la desmiente el ruido.
La biblioteca parece arquitectura soviética de autor, categoría que acabo de inventarme.
El vampiro chino amenazó con chupar sangre de bibliotecaria si no dedicaban un espacio a los clásicos de la literatura asiática.
A. pasa de ese espacio. Lo suyo es la sección 82 de Literatura, donde, aclara, hay un rollo más sesudo.
Poco soviética es una casa baja presumiblemente ocupada por una familia gitana. No hago fotos porque la gitana me dice que ya se la jugaron unos periodistas, que la sacaron en la tele y que no quiere que su familia de Extremadura se entere de que vive sin agua, y en realidad sin casa. Nos pregunta todo el rato: ¿Sois periodistas o policías? El inmueble tiene un patio con higueras y tomates, que la gitana barre; al frente, con majestuosidad cutre y bizarra, se alza la sede de El Museo del Jamón.
Acabamos la aventura en el parque Pradolongo, inmeso, vacío, dividido en zonas más o menos pijas o más o menos salvajes, con una pérgola postmoderna y un edificio con una cúpula en ruinas. Es aquí donde está el lago, que para más inri tiene una playa de cemento y unas canchas. Santo Domingo, me suelta A. cuando miramos las canchas frente a la cúpula. Pienso ahora que a mí me pareció más bien un paisaje ruso, como si el lago estuviera congelado y las canchas fueran árboles pelados, con telarañas de hielo.
Se me olvidó añadir que el Manzanares, en efecto y contra mi escepticismo, sí tiene césped.
Gracias, A.