Maquinaria del ascensor, 2





"A veces imaginaba la casa como un iceberg cuya parte visible estuviera constituida por los pisos y los desvanes. Por debajo del primer nivel de sótanos empezarían las masas sumergidas: escaleras de peldaños sonoros que bajarían girando sobre sí mismos, largos pasillos embaldosados con globos luminosos protegidos por rejillas metálicas y puertas de hierro con calaveras e inscripciones estarcidas, montacargas de paredes roblonadas, bocas de ventilación equipadas, enormes hélices inmóviles, mangas de incendio de tela metalizada, gruesas como troncos de árboles, conectadas con válvulas amarillas de un metro de diámetro, pozos cilíndricos excavados en la roca misma, galerías alquitranadas abiertas de trecho en trecho por tragaluces de vidrio esmerilado, pequeñas cámaras, bodegas, casamatas, salas de cajas fuertes equipadas con puertas blindadas.

Más abajo habría como resuellos de máquinas y fondos instantáneamente iluminados por resplandores rojizos. Pasadizos estrechos desembocarían en salas inmensas, naves subterráneas, altas como catedrales, de bóvedas atestadas de cadenas, poleas, cables, tubos, cañerías, viguetas, con plataformas móviles fijadas a elevadores de acero relucientes de grasa y armazones de tubo y de perfiles que dibujarían andamios gigantescos sobre los que unos hombres con traje de amianto y la cara cubierta por grandes máscaras trapezoidales harían saltar intensos chispazos de arcos eléctricos.

Más abajo aún habría silos y almacenes, cámaras frigoríficas, cámaras de maduración, centros postales de clasificación, con casetas de guardagujas y locomotoras de vapor arrastrando bateas y plataformas, vagones precintados, contenedores, vagones cisterna, y andenes cubiertos de mercancías amontonadas, pilas de maderas tropicales, fardos de té, sacos de arroz, pirámides de ladrillos y perpiaños, rollos de alambradas, trefilados, codos metálicos, lingotes, sacos de cemento, barriles y barricas, jarcias, bidones, bombonas de butano.

Y más abajo aún montañas de arena, de gravilla, de carbón de coque, de escoria, de balastro, hormigoneras, escoriales, y pozos de mina alumbrados con proyectores de luz anaranjada, depósitos, fábricas de gas, centrales térmicas, derricks, bombas, torres de alta tensión, transformadores, cubas, calderas erizadas de tuberías, de manecillas y de contadores;

y tinglados repletos de pasarelas, puentes, grúas, tornos de cable tenso como nervio transportando maderas de chapeado, motores de avión, pianos de concierto, sacos de abono, pacas de forraje, billares, cosechadoras, cojinetes de bolas, cajas de jabón, toneles de asfalto, muebles de oficina, máquinas de escribir, bicicletas:

y más abajo aún sistemas de esclusas y compuertas, canales recorridos por trenes de gabarras cargadas de trigo y algodón y estaciones de autocares surcadas por camiones de mercancías, corrales llenos de caballos piafantes, rediles de ovejas baladores y vacas gordas, montañas de cajas hinchadas de frutas y hortalizas, columnas de ruedas de gruyère y de port salut, sucesiones de reses partidas en canal de ojos vidriosos colgadas de ganchos, amontonamiento de floreros, vasijas y garrafas estriadas, cargamentos de sandías, latas de aceite de oliva, toneles de salmuera, y panaderías gigantescas con mozos desnudos de cintura para arriba, con pantalón blanco, sacando de los hornos bandejas ardientes llenas de miles de pastelillos de pasas, y cocinas descomunales con perolas del tamaño de máquinas de vapor que vomitarían centenares de grasientas porciones de estofado en grandes fuentes rectangulares;

y más abajo aún galerías de mina con viejos caballos ciegos tirando de vagonetas cargadas de mineral y las lentas procesiones de mineros con cascos; y pasadizos rezumantes apuntalados con maderos hinchados de agua que llevarían hacia peldaños relucientes al pie de los cuales chapotearía un agua negruzca; barcas de fondo plano, barquichuelas lastradas con toneles vacíos, navegarían por aquel lago sin luz abarrotadas de criaturas fosforescentes que trasladarían incansablemente de una orilla a otra canastas de ropa sucia, lotes de vajilla, mochilas, paquetes de cartón cerrados con trozos de cuerda, tiestos llenos de plantas de interior canijas, bajorrelieves de alabastro, vaciados de Beethoven, sillones Luis XIII, jarrones chinos, cartones de tapices representados a Enrique III y sus validos jugando al bilboquet, lámparas de comedor llevando aún sus tiras matamoscas, muebles de jardín, canastas de naranjas, jaulas de pájaros vacías, alfombras de dormitorio, termos:


más abajo volverían las marañas de tuberías y mangas, los dédalos de alcantarillas, colectores, callejones, los angostos canales bordeados de parapetos de piedras negras, las escaleras sin baranda dominando el vacío, toda una geografía laberíntica de tenduchos y traspatios, de soportales y aceras, de callejones sin salida y pasajes, toda una organización urbana vertical y subterránea con sus barrios, sus distritos y sus suburbios: la ciudad de las tenerías con sus talleres de olores infectos, sus máquinas asmáticas de correas cansadas, sus amontonamientos de suelas y pieles, sus cubas llenas de sustancias parduscas, las empresas de derribos con sus chimeneas de mármol y estuco, sus bidets, sus bañeras, sus radiadores oxidados, sus estatuas de ninfas asustadas, sus farolas, sus bancos públicos; la ciudad de los chatarreros, los traperos y los piltras con sus montones de harapos, sus esqueletos de cochecitos de niño, sus fardos de battle-dresses, de camisas chafadas, de cintos y de rangers, sus sillones de dentista, sus colecciones de diarios viejos, de monturas de gafas, de llaveros, de tirantes, de salvamanteles con música, de bombillas eléctricas, de laringoscopios, de retortas, de frascos con tubo lateral y de objetos de vidrio variados; el mercado central del vino con sus montañas de bombonas y botellas rotas, sus fudres desfondados, sus cisternas, sus cubas, sus botelleros; la ciudad de los basureros con sus cubos volcados dejando escapar cortezas de queso, papeles grasientos, raspas de pescado, agua de fregar, restos de spaghetti, vendas viejas, con sus montones de inmundicias acarreadas sin fin por los bulldozers pegajosos, sus esqueletos de lavadoras, sus bombas hidráulicas, sus tubos catódicos, sus viejos aparatos de T.S.F., sus sofás despanzurrados, y la ciudad administrativa, con sus cuarteles generales por donde pulularían militares de camisas impecablemente planchadas desplazando banderitas sobre mapamundis; con sus morgues de cerámica pobladas de gángsters nostálgicos y ahogadas blancas de grandes ojos abiertos; con sus salas de archivos llenas de funcionarios de bata gris compulsando a lo largo del día fichas y más fichas de estado civil; con sus centrales telefónicas en las que se alinearían kilómetros de telefonistas políglotas, con sus salas de máquinas de crepitantes teleimpresoras, de  ordenadores que lanzarían fajos de estadística por segundo, fichas de sueldo, hojas de existencias, balances, lecturas de contadores, resguardos, estados cero; con sus tragapapeles y sus incineradores que engullirían sin fin montones de formularios caducados, de recortes de prensa apiladas en carpetas pardas, de registros encuadernados en tela negra cubiertos de una diminuta letra violeta;

y, abajo del todo, un mundo de cavernas con paredes cubiertas de hollín, un mundo de cloacas y ciénagas, un mundo de larvas y bichos con seres sin ojos que arrastrarían caparazones de animales, y monstruos demoníacos con cuerpos de ave, cerdo o pez, y cadáveres secos, esqueletos revestidos de una piel amarillenta, petrificados en una pose de vivientes, y fraguas pobladas de cíclopes alelados, vestidos con delantales de cuero negro, protegido su ojo único con un cristal azul engastado en metal, golpeando con sus mazos de bronce escudos deslumbrantes."

Georges Perec, La vida instrucciones de uso. El fragmento es cortesía de Raúl, que me ha dicho: "Se me ocurrió que era una periferia subterránea. Una inundación de palabras".

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