Autorretrato en el estudio, de Giorgio Agamben



El estudio es la imagen de la potencia: de la potencia de escribir para el escritor, de la potencia de pintar o esculpir para el pintor o el escultor. Intentar la descripción del propio estudio significa entonces intentar la descripción de los modos y las formas de la propia potencia, una tarea, al menos a primera vista, imposible.
¿Cómo se tiene una potencia? No se puede tener una potencia, sólo se la puede habitar.

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Se conoce algo sólo si se lo ama o, como decía Elsa [Morante], "sólo quien ama conoce". En indoeuropeo, la raíz que significa "conocer" es homónima de la que significa "nacer". Conocer significa nacer juntos, ser generado o regenerado por la cosa conocida. Y esto y no otra cosa significa amar.

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Recuerdo que un día [Pepe Bergamín] me dijo que se había dado cuenta de que el pueblo español se había muerto antes que él y que ese era el momento más trágico de toda su vida. Sobrevivir al propio pueblo es nuestra condición, pero es, acaso, también la extrema condición poética.

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Son las libretas en las que apunto pensamientos, observaciones, notas de lectura, citas, en alguna infrecuente ocasión también sueños, encuentros o acontecimientos particulares. Son parte esencial de mi laboratorio de investigación y contienen a menudo el primer germen o los materiales de un libro nuevo o en proceso de escritura. […] En este sentido, ellas son mi estudio. Por esto las prefiero a los libros publicados y en ocasiones querría no haber pasado nunca el umbral hacia la redacción final. Me he imaginado muchas veces escribiendo un libro que fuese sólo el proemio o el posludio de un libro que falta. Tal vez los libros que he publicado son algo por el estilo, no libros sino preludios o epílogos. El secreto de un escritor reside en el espacio en blanco que separa a las libretas del libro.

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Casi siempre he vivido en casas de las que no era dueño y, como suele suceder, he debido dejarlas con frecuencia. Me pregunto cómo he conseguido y aún consigo escribir en diferentes estudios y vivir en varios lugares. Se trata sin duda de un tributo exorbitante que le pago al espíritu del tiempo, tan falto de raíces; pero creo que estos lugares componen en realidad un único estudio, diseminado en el espacio y en el tiempo.

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Amar, creer en alguien o en algo, no significa aceptar dogmas o doctrinas como verdaderos. Es más bien mantenernos fieles a la emoción que sentíamos cuando de niños mirábamos al cielo estrellado. Y es sin duda en este sentido en el que he creído en las personas y en las cosas que he ido evocado una por una, he tratado de no olvidarlas, de respetar la palabra tácitamente dada.


[Adriana Hidalgo editora. Traducción de Rodrigo Molina-Zavalía y María Teresa D'Meza]

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