CUENTO DE INVIERNO 3 por JUAN CABRA




Entra por la ventana el oro del universo con el ángulo lateral de las 10 de la mañana
resaltando el polvo que hay encima de la pantalla del monitor apagado
y parece una noche
estrellada
vista
desde una caravana de camellos cruzando el desierto,
y suena un pitido constante, pero no es ese sonido futurista
de los coches de alta gama avisándote para que te pongas el cinturón mientras cierras la puerta con contundencia y señalas el destino que tienes grabado
en el gps,
todo lo contrario,
suena un pitido acelerado de un coche metálico
que no necesita saber dónde vas, porque vas siempre al mismo lado.

Siempre me han gustado
los sabores fuertes y elegantes como el de los vinos españoles,
los dramas de bergman, y el coño de las mujeres,
de pequeño pensaba que olerían como el plástico nuevo de
las revistas de moda y de lenceria, pero rasgar de
rodillas unas medias negras con pequeños puntos blancos
es como rasgar el universo y ver detrás su origen hace millones de años,
salí de un coño,
de la palabra más bella que existe en todos los vocabularios,
salí de la palabra madre,
salí cubierto de sangre gritando como una bestia
y nunca he dejado de gritar como grita la musica clásica junto a las imagenes de violencia,
como grita lo contrario de una misma idea desde su oscuridad sin
que te des cuenta,
o como la longitud de onda dorada de la luz del invierno cae
sobre el libro del maestro de la noche y de las tinieblas de boston que
tengo sobre la mesa y que no pienso devolver a la biblioteca.

Cuando salí a la calle me sabia la boca un poco a colutorio
y a flores y a mariposas de colores que llevaba tatuadas haciendo
un cinturón ceñido a su cintura,
tenia un sabor de boca a culpa y a cenicero con joyas incrustradas de oro y plata falsos,
sabor a marlboro y a labios pintados de rojo y a body cream,
y me tomaba una cocacola mientras volvía a casa
y los árboles bailaban con el viento y en cada trago que daba
miraba al cielo y
veía en las copas de los árboles a las pequeñas y miles de hojas verdes bailando
mientras el sol pasaba entre ellas con fuertes brillos y me pegaba en la cara,
hice bien en venir en bicicleta mientras miro la inocencia de la ciudad en
los parques cuando los niños se sueltan del brazo de su madre
cuando ya ham cruzado el semáforo
y salen disparados escuchando a los otros niños que gritan su nombre desde lejos para
completar el equipo, y por detrás de todo va gritando la crueldad de la vida
con sus cuerdas vocales mágicas en un tono casi imperceptible,
y las madres se acercan entre ellas,
y los balones rebotan en la cancha
como pedradas en el tablero, y todos los tiros a puerta les salen desviados


Juan Cabra


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