Cerco, de Carl Frode Tiller


Levanto la vista, automáticamente echo la cabeza hacia atrás y miro al techo. Gracias, Dios, digo en voz baja, pronuncio un callado agradecimiento y luego trago saliva y espero un poco. Siento un tirón en las comisuras de los labios que me dibuja una pequeña sonrisa y luego enderezo la nunca y vuelvo a mirar de frente, sonrío y noto que el cuerpo se me colma de alegría y gratitud, ahora voy a escribir un correo electrónico para enterarme de cuál es la mejor manera de ayudar a David, no está claro que me quede mucho tiempo, según el doctor Claussen podría ser un mes o podría ser medio año, pero el tiempo que me quede quiero usarlo para ayudar a David. Para ayudar a David y para ayudarme a mí mismo, murmuro. Porque ayudando a David, me ayudo también a mí, tener a alguien por quien vivir es lo que nos convierte en personas, es una banalidad, pero es cierta, cuando no tenemos a nadie por quien vivir dejamos de existir, el viejo Arvid desapareció al perder a sus seres más queridos y solo podía resucitar con la ayuda de Dios, ha sido al honrar a Dios y su creación cuando he resucitado, eso de amar al prójimo como a ti mismo es lo mismo que honrar lo que Dios ha creado y lo que Dios es, y solo así puedes salvarte a ti mismo.

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Es una banalidad, pero es cierto: cuando ya no hay nadie que pueda documentar nuestra vida, cuando ya no hay nadie capaz de contar anécdotas sobre nuestra cabezonería o sobre nuestro mal humor mañanero, cuando ya no hay nadie que nos ría las gracias o se enfade con nuestro mal humor, cuando ya no hay nadie que nos recuerde quién somos y nos anime a ser quien podemos ser, nos derrumbamos y desaparecemos.


[Sajalín Editores. Traducción de Cristina Gómez-Baggethun]

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