Las sillitas rojas, de Edna O’Brien


Eran gente nocturna, a un paso de los fantasmas, y desconocidas entre sí. Algunas estaban casadas, según adivinó por las alianzas, y muchas tenían hijos que, contraviniendo las normas, llamaban en mitad de la noche para dar parte de alguna crisis. Las madres, sabiendo que las llamadas estaban prohibidas, remoloneaban por las esquinas para atender el teléfono. Muchas habían huido del horror, de países a los que jamás regresarían, mientras otras aún añoraban su tierra. Todas atesoraban los recuerdos y la esencia de su primer lugar en el mundo, que no compartían con nadie.

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No conocemos a los demás. Son un enigma. No podemos conocerlos, y menos aún a los más íntimos, porque las costumbres nos confunden y la esperanza nos ciega ante la verdad.

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Resulta increíble la cantidad de palabras que existen para decir "hogar", y la música brutal que pueden llegar a desencadenar.


[Errata Naturae. Traducción de Regina López Muñoz]

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