he ocupado bastante tiempo en saber cómo pintarme las uñas

"Pasa que si no escribo poemas no acepto vivir, vivirme"
Diarios de Alejandra Pizarnik, viernes 26 de abril, 1963

Ya hice una oración a los desprotegidos. Hice la cotidianeidad de las voces que garabatean en el aire, torpemente, sin dirección, pero encontrando visiones y poemas. Ya toqué amablemente las obras de Van Gogh y fui él en sueños mientras fumaba. Ya comí toneladas de cigarrillos mientras todo se hacía cuerpo cristalizado.
Estoy en mi segunda infancia. Digo segunda infancia porque la conozco desde la consciencia de saberme señalada por esos fantasmas acosadores asfixiando absurdamente. Tuve hijo pero ya no. Tuve amante y sigo teniendo. Escucho esa música hasta sentirme drogada pero sin la necesidad imperiosa de drogarme. Tengo una vida excepcional. Vivo en la tortura y los antidepresivos y no sé nada de cine. Leí poemas llorando e incluso he reído de angustia. Soy una gran gemidora. Me habitan todas las creaciones que no sé darme, y los hombres que se fueron ya no insisten en volver. Esto es un gran alivio porque no soy generosa. Pinté el cuerpo que nunca tuve. Lo tuve porque lo pinté. Terror por las sombras invisibles titilando en medio de la oscuridad. Tengo mejor amigo y hermana y mascota. Fui bailarina. Odio las convenciones poéticas porque nunca me invitaron a ninguna. No sé cantar excepto cuando tengo miedo. Mis piernas no tienen carne endurecida pero las recubro de su visita y las abro siempre dispuesta a que él se cobre el vuelto del destino.
-Nunca vas a morirte, Noelia (dice la tartamuda)
No sé responderle. Me encorvo. Esto es un bosque imposible de abrazar y por eso lo lloro a gritos. Bukowski me da un vaso de agua, en silencio, y ella sigue hablando.
-Todavía no aprendiste a dormir si no es con luz encendida. Todavía te duele el exilio de haber nacido pequeña, tu lugar es el desorden, sos mendiga y teatrera.
-Sí. Pero no te olvides que he ocupado bastante tiempo en saber cómo pintarme las uñas sin mancharme los dedos.
-Sirve para no frustrarte. Pero los dedos son monstruosos mientras continúes escribiendo.
Hemos permanecido callados los tres: Bukowski, la tartamuda y yo. No hay más que decir cuando el lenguaje, temblando, nos ha metido un balazo en medio de la vida.

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