Una de suicidios literarios



Siempre me ha interesado mucho el complejo tema del suicidio, uno de los tabúes que aún tenemos en esta sociedad donde parece que se puede -o se debe- hablar de todo. Hace años, recuerdo que cuando empecé a leer sobre el tema para preparar lo que luego sería El sol de Argel, me topé con muchas -demasiadas, por desgracia- historias protagonizadas por personalidades del mundo creativo: escritores, pintores, compositores...Gente con un talento casi siempre reconocido en vida y que, sin embargo, optó por ese camino tan oscuro, que deja tantas cosas en el aire para los allegados. Así pues, me he decidido a hablar de algunos casos de suicidio en el ámbito literario, un mundo en el que abundan los seres atormentados, acomplejados, incomprendidos y, sobre todo, con una sensibilidad algo exacerbada.

Anna Karenina, a punto de terminar con su vida
Ya decía el gran Heródoto, padre de la Historia, que no hay hombre en el mundo que no haya deseado más de una vez no despertar al día siguiente. Para Albert Camus, el suicidio era una cuestión filosófica, y de hecho le parecía que el problema filosófico más relevante era si la vida merecía la pena vivirla. Los escritores, seres generalmente atormentados, son un colectivo cuyo vínculo con el suicidio es bastante sólido. Dicen los expertos que enfermedades mentales tales como la depresión tienen mayor incidencia entre genios y artistas.  Pero no sólo conocidos  autores han tomado esa drástica decisión, sino que también son muchos los personajes literarios que han sido “suicidados” por sus creadores… ¿Quién no recuerda el trágico desenlace de Anna Karenina en esas vías de tren a las que se arroja, o de Emma Bovary, ingiriendo veneno para despedirse de una vida que le resulta insoportable? ¿Y Peter Pan, paradigma del eterno niño? ¿Se hubiera querido suicidar en el caso de haber crecido? ¿Habría podido afrontar la vida como un adulto? Más de un amante de la obra de James M. Barrie se lo habrá preguntado alguna vez.

La poeta estadounidense Sylvia Plath
Volviendo a los autores, parece que son los poetas los que tradicionalmente han optado por tomar este callejón sin salida. Y dentro de este colectivo, las mujeres poetas van a la cabeza. La estadounidense Sylvia Plath se quitaba la vida un once de febrero de 1963 en Londres. Aplicada, sensible y muy inteligente, la poeta tuvo una atormentada relación con su marido, el también poeta Ted Hughes. . Acabó con su vida asfixiándose con gas con tan solo 31 años. Se dice que tomó esa decisión por sus constantes depresiones y por la infidelidad de su esposo, pero hoy se sabe que Plath padecía trastorno bipolar, algo que en aquella época no se trataba como en la actualidad. En 1982, el Premio Pulitzer concedido de manera póstuma reconocía su talento y su poesía. Su hijo Nicholas se suicidó en 2009. 

Cesare Pavese, gran autor italiano
Otro de los nombres más relevantes de la literatura del siglo XX, el italiano Cesare Pavese, también acabó con su vida. Gran traductor de autores como Steinbeck y Hemingway, y afamado crítico literario, el poeta y novelista sufrió toda su vida una intensa soledad interior. A los 42 años despedía su vida en una habitación de hotel, uno de los sitios más solitarios que puede haber. Sus últimos versos, en el poema “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos” parecen presagiar el final de todo:

 Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
esta muerte que nos acompaña
desde el alba a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un absurdo defecto

Conocida fotografía de la autora británica en su juventud
Muy conocido, quizás por haber sido llevado al cine, fue el suicidio de Virginia Woolf, otra escritora de enorme talento que había sufrido habituales depresiones y crisis nerviosas, y que hoy se sabe que tenía un trastorno bipolar. Con la II Guerra Mundial ya iniciada, y con su casa de Londres destruida por un bombardeo, en marzo de 1941 Virginia Woolf se adentraba en el río Ouse, cercano a su hogar, con los bolsillos del abrigo llenos de piedras. Su cuerpo tardó días en ser encontrado. A su marido Leonard, compañero en su vocación literaria, le dedicaba una de las misivas de despedida más hermosas de la historia: “Si alguien podía haberme salvado habrías sido tú. Todo lo he perdido excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir arruinando tu vida durante más tiempo. No creo que dos personas pudieran ser más felices que lo que hemos sido tú y yo”.


Repasando esta lista, parece que las aguas se han ido calmando a partir de la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, no se puede decir que los escritores hayan dejado de protagonizar estas tristes noticias.

Curioso es el caso de John Kennedy Toole, autor de la exitosa La conjura de los necios, y que se suicidó a los 32 años tras haber sido constantemente rechazado por los editores con esa obra satírica. Sólo la insistencia de su madre logró que, años después, el libro, protagonizado por el memorable Ignatius Reilly,  saliera a la luz, logrando el Premio Pulitzer en 1981. En la actualidad, es una de las novelas más leídas y traducidas.

Otro triste caso es el de David Foster Wallace: parecía llamado a ser uno de los mejores escritores de su generación, pero en septiembre del 2008 ponía fin a su vida. Autor de La broma infinita, considerada por Time como una de las cien mejores novelas en lengua inglesa, el estadounidense era un ácido diseccionador de la sociedadad posmoderna. Tras su muerte por ahorcamiento, su padre reveló que Wallace llevaba dos décadas sufriendo depresión, y que sólo había logrado ser productivo con medicamentos.

Estos son sólo algunos casos que demuestran que la creatividad y el suicidio siempre han gozado de una intensa –pero peligrosa– relación. Personas de gran talento y extremada sensibilidad que a veces no pueden adaptarse al mundo que les ha tocado vivir. "Encuentra lo que amas y deja que te mate", dijo en una ocasión Charles Bukowski, y parece que muchos lo cumplieron.

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