¿Dejar atrás el pasado?. Homenaje a los sobrevivientes.

Ya lo dije hace dos años:

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El sobreviviente es un poema de Javier Sicilia (Ciudad de México, 1956), escritor mexicano al que los asesinos del crimen organizado le mataron un hijo. Un poema que hoy quiero dedicar a todos los sobrevivientes, familiares y amigos, de todos las víctimas de nuestro crimen organizado patrio, las víctimas de los asesinos etarras que ahora van quedando en libertad con justificaciones grotescas y vergonzosas.

Estimados sobrevivientes: ¡va por ustedes!. Vais a tener que tragaros unos cuantos sapos de amargo sabor y pestilente hedor. Que vuestro sacrificio no sea en vano. Recibid, al menos, el agradecimiento del resto de sobrevivientes. Recibid, al menos, mi agradecimiento en forma de poema mexicano robado al ciberespacio.

Toda ausencia es atroz
y, sin embargo, habita como un hueco que viene de los muertos,
de las blancas raíces del pasado.
¿Hacia dónde volverse?;
¿hacia Dios, el ausente del mundo de los hombres?;
¿hacia ellos, que lo han interpretado hasta vaciarlo?
¿Hacia dónde volverse que no revele el hueco,
el vacío insondable de la ausencia?

Hacia ellos, los muertos, que guardan la memoria
y saben que no estamos contentos en un mundo interpretado.
Mas las sombras, las sombras que la interpretación provoca
y nos separa de ellos,
las sombras con su viento todo lleno de la abierta ventana hacia el espacio,
las sombras donde no hay anunciación
trabajan nuestro hueco.
¿Será que ya no hay nada atrás de ellas,
o el oscuro dolor por nuestros muertos
–como el amanecer que empieza a medianoche,
a la hora más oscura de la noche–
anuncia su retorno en el sigilo?

¿No es tiempo de encontrarlos nuevamente
donde nada parece retenerlos,
así el roshi descubre el todo en el vacío que no contiene nada?
Tal vez sí, porque sus voces vienen de lo oscuro,
de su vacío vienen
como un rumor de río en un riachuelo,
como un dulce reclamo imperceptible,
como una tenue estrella entre las sombras
vienen sus voces, vienen desde lejos.
Óyelas, corazón, como sólo los monjes sabían escucharlas
atendiendo en el rezo su incesante llamado
con los pies en la tierra.

Así los escuchaban,
escuchando el arriba y el abajo,
preservando en sus tumbas el suelo que habitaron con nosotros.
No es así que tú puedes escucharlos en el espacio en sombras de un mundo interpretado.
Pero escucha la queja de lo Abierto,
el mensaje incesante, esa advertencia que viene desde lejos,
ese rumor tan suave que casi nadie escucha
y llega a ti de todas las iglesias,
como si en esas piedras, que guardan la memoria de los muertos,
habitara la llama de su estar con nosotros,
de su sola presencia en la resurrección
y descorriera un poco nuestras sombras.

Porque es difícil vivir en un mundo sin ellos,
difícil no sentir a nuestros muertos alimentando las obras de los hombres;
difícil no seguir sus costumbres, que apenas conocimos;
difícil habitar en las sombras
como un alucinado que repentinamente recobra la memoria
para luego volver a su intemperie;
difícil ver aquello que los hacía nuestros flotar en el espacio y diluirse.

Estar vivo es penoso,
y nosotros, nosotros, que los necesitamos con sus graves secretos,
nosotros, que sabemos que no podrán volver a un mundo interpretado,
a veces escuchamos, como un ligero viento, ascender de las sombras
la música primera
que forzando la nada trajo a Eurídice al mundo;
una nota tan tenue, tan pura como el Cirio
que promete su vuelta en medio de las sobras
y nos trae el consuelo.

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