Las alas de la paloma

Compramos una tarrina de medio litro de helado de vainilla en el Palazzo de Sol; compramos café en el chino de Espoz y Mina y nos refugiamos en el ático. Raquel dice que es la tarde perfecta para ver 'Las alas de la paloma'.

Y yo me dejo llevar.

Ha sido una semana intensa, de reencuentros después de mis días fuera de Madrid. Otra vez tengo la sensación de haber fragmentado demasiado el tiempo, de haber analizado con unos y con otros, hasta la extenuación, mis sentimientos frágiles.

Aviso: este blog ya no dice la verdad.

No puede, porque es como una fotografía de familia sobre la cómoda del salón. Todo el mundo la ve.

Ni mucho menos soy el jugador con las peores cartas, pero hay ciertos secretos que deben permanecer a salvo, cierta debilidad a la hora de volver a caer en la trampa, de dejarse encerrar, de fingir que desconocíamos la emboscada cuando en realidad llevábamos tanto tiempo esperándola, deseando el regreso del cazador (que por otra parte ha resultado ser, en líneas generales, bastante inepto, en absoluto merecedor de esta devoción un tanto absurda que le profeso, y de la que mis amigas intentan alejarme recordándome cada uno de los momentos de humillación que salpican esta historia, dignos de una película de Los Albóndigas).

Definitivamente, en el instituto debí enamorarme más, dosificar a lo largo de mis tres décadas de existencia útil este volumen acumulado de ridículo por enamoramiento.

La expresión "No te merece"; el gesto de disgusto; la enumeración en voz alta de cada una de las acciones estúpidas, que el pobre lleva a cabo con una eficacia asombrosa (tengan o no que ver con nuestra historia común)... el repaso completo de las mil y una razones por las que no debo volver a verle nunca más; podría repetirlas en orden alfabético de tanto como las hemos sacado a relucir conforme se ha ido perfilando en el horizonte la posibilidad del reencuentro.

Yo puedo ser muy dura. La más dura. No tener piedad. Eso me digo delante del espejo o mientras le doy vueltas al asunto con el enésimo capítulo de 'El comisario' en la televisión.


Esta es la mentira, una anécdota de sobremesa.


Nadie me persigue.


La verdad no aparece en el manual y no se cuenta. Vale demasiado para ser compartida. Es demasiado exótica. Daría para una novela de Henry James que, cien años más tarde, algún director británico con ganas de Oscar haría película; y se queda entre los vasos vacíos de vermú y los cuencos pringosos, con restos de helado derretido, a los que no les queda más remedio que escuchar nuestras divagaciones interminables sobre los hombres y la literatura.

¿Qué nos importa realmente y de qué nos preocupamos por puro entretenimiento?

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