Mi primer bikini, lectura en contexto.

bikini2 bikini

1. Tenía 15 años y me regalaron dos libros de poesía. Así, sin previo aviso. Fue Pedro López, el padre de un compañero del colegio y del barrio y amigo de la familia. De uno de ellos me acuerdo perfectamente, Mi primer bikini de Elena Medel, el otro creo que era Santa deriva de Vicente Gallego, creo que concuerda con el año que ganó el Loewe. El caso es que el libro de Gallego lo leí sin enterarme de nada, no causó excesivo impacto en mí entre otras cosas porque a los 15 años la deriva todavía no está clara (o es un todo, tan cercano que no lo podemos ver) y menos se para uno a considerar si es santa o no. Elena Medel tenía mi edad. Había publicado Mi primer bikini con 15 años, yo no sabía que se podía escribir poesía a los 15 años, nadie me lo había dicho. Uno recibe un libro de poemas a los 15 años y le cambia la vida, sobre todo si quien lo ha escrito tiene la misma edad. Rápidamente empecé a pensar, si ella puede, ¿por qué yo no?

2. No es que yo sea fan de la poesía de Elena Medel.  Es verdad que leí todos sus libros cuando salieron, más por la curiosidad hacia un igual, alguien de mi quinta, que por otra cosa. Vacaciones fue un libro de transición, sin ninguna importancia (por lo menos yo no se la doy) y Tara, su apuesta, su: me he hecho mayor, su, sí, tenía 15 años pero ahora miprimerbikini16tengo 20, mira lo que he caminado, me interesó, pero no me volvió loco. Mi primer bikini, leído ahora, es mucho menos interesante que Tara. Pero en contexto, cuando salió, leído a mis 15 años, sirvió como revulsivo, para enfrentarme con una necesidad que para mí era desconocida, para hacerme sentir, y pensar, por primera vez, muchos aspectos que se volverían parte central de mi vida más tarde. Por ejemplo que podía leer y leer libros de adultos, que no hacía falta que continuase leyendo libros de fantasía y aventuras hasta el infinito, que con 15 años uno puede leer ya a los clásicos, que la poesía podía acercarse a la verdad de un sentimiento (por supuesto que no lo entendí con esta elocuencia, pero lo entendí), que había otra forma de escribir que no era la de redactar trabajos para el colegio, que necesitaba leer y escribir.

3. Hay un poema de aquel libro que soy capaz de recordar de memoria.

 Ragazza

Discúlpeme
- sueño que le interrumpo en plena calle -,
lleva usted mi corazón
pegado a la suela del zapato

Y, entonces,
descubro que también me envuelve
el violeta dulce y calmo de sus ojos.

Es un poema sencillo, bastante cursi, no muy bueno, pero hay dos cosas que me impactaron en su momento. La primera es la imagen del “corazón/ pegado a la suela del zapato”. Aprendí entonces que no era necesaria una lógica racional para expresar un sentimiento. Segundo, ese violeta del último verso, de nuevo, aprender que se puede trascender los hechos, la realidad, ir un paso más allá para dejar algo más real. Que los ojos pueden ser violetas aunque no lo sean, o sí lo sean, o sean más violetas que marrones aunque sean más marrones que violetas.

4. En cierto sentido también sentía bastante envidia. Ella tenía 15 años, yo también, ¿por qué no podía publicar libros como hacía ella? Creo que es Almudena Grandes la que contaba que escribió su primera novela Las edades de Lulú porque su compañera de piso publicó un relato que quedó accésit en un premio, un premio de segunda o tercera y que encima quedó desierto y sólo dieron accésit, pero que aquello le llenó de envidia y mala leche y le hizo ponerse a escribir. El poema mítico del libro de Elena Medel, del que todo el mundo habló, el que apareció en todas las antologías, es Irène Némirovsky.

Irène Némirovsky

Yo soy Elisabeth Gille llorando tu marcha:
Éstas son mis cartas de cumpleaños quemadas.
Yo soy tu hija pequeña sin regalos de Navidad.
Persiguiendo a los nazis, saltando la valla.
Yo soy David Golder arruinado tras la muerte.
Yo soy un acorde de piano cualquiera
que, de repente, en Issy-L’Eveque suena.
Yo soy Danièle Darrieux tirándose a un ministro nazi.
Yo soy la familia Kampf en un baile malogrado.
Yo soy las lágrimas que derramaste
en una cámara de gas en Auschwitz.
Yo soy el espíritu de la mala suerte.
Yo soy, como tú, una judía atea.
Yo también me exilié por la guerra.
Y soy un susurro al oído y un cuento de Chejov
y las moscas del otoño en un suburbio de Moscú
y soy un perro y soy un lobo
y soy un trago de vino de soledad…
Y soy tu todo y soy tu nada.
Y soy el cabrón alemán que te mató.
Y el germen de la semilla de tu ser.
Yo también me marché de Kiev.
Yo soy tú y a la vez yo.
Yo soy un insecto que por noviembre
merodea en los crematorios.
Yo soy la elegancia, el clasicismo y la frescura
de la boca que Hitler mandó callar un día.
Yo soy Grasset quemando todos tus fonemas
cuando tus hijas aún duermen a tu sombra.
Soy tu mano que acaricia sus cabellos
y que, dedos traviesos, imagina un nuevo cuento.
Y digo, que este poema es Irène Némirovsky
lo mismo que yo soy Finlandia en 1918
y tú eres un corazón más en un mundo vacío.

La verdad es que yo no sabía quién era Irène Némirovsky y sigo sin saber quienes son la mitad de los nombres que aparecen en el poema. Empieza bien y termina bien. Hay quien dice que con eso vale. Hay una parte en medio que podría ser un Sabina en sus peores momentos o incluso un Miguel Bosé: “y soy un perro y soy un lobo/ y soy un trago de vino de soledad…/ y soy tu todo y soy tu nada”. No creo que tenga que explicar mucho. Prefiero fijarme en los últimos tres versos que a mí me parecen muy buenos, hermosos, directos, enigmáticos, poderosos con ese soy Finlandia en 1918 genial, ser Finlandia, en 1918 (y si ya te enteras, trece años después y gracias a la Wikipedia, que Irène Némirovsky vivió en Finlandia, en 1918, justo a la edad de 15 años, casualidades, los mismos de la autora, pues carnaval).

irenenemirovsky

(Irène Némirovsky y su gatete)

5. Elena Medel ahora tiene 28 años, no sé qué hará. Algo sé, sé que lleva ‘La Bella Varsovia’, editorial y asociación de agitación cultural, sé que escribe artículos de vez en cuando en El País, sé que no publica un libro de poemas desde hace ya más de seis años. Yo también tengo 28 años, acabo de llegar a Praga, escribo, todo lo que puedo, como esto, ahora, como el que no tiene otra cosa que hacer, porque realmente no tengo otra cosa que hacer, pero hace seis meses que no escribo un poema. Sé que quedaré con amigotes y nos reiremos de Mi primer bikini y de sus fallos, de sus poemas malos, de lo pesadito que se puso todo el mundo con calzarse el bikini, y que no será la primera vez, pero también sé que tuve 15 años y me leí el libro y me valió, sirvió, me ayudó, a llegar donde he llegado.

Mi primer bikini

Sólo yo sé cuándo sobrevivimos.
Lo sé porque mis dedos
se transforman en lápices de colores.
Lo sé porque con ellos
dibujo en las paredes de tu casa
mujeres con rostro de epitafio.
Porque, a la caricia de la punta,
comienza el derrame de los cimientos
formando arco iris en la noche.
Porque, al escribir testamentos
en el suelo, se remueven las vísceras
de azúcar, y trepan tus raíces.

Grabo versos de colores fríos
en tu piel, de arquitrabe a base,
y les llueve y los diluye, y compruebo
que la lluvia suena como hacen al caer
las canicas brillantes y naranjas
que cambiaba en el patio del recreo,
poco antes de calzar mi primer bikini.

Hoy guardo las canicas, como un apagado
tesoro, en los huecos de otras espaldas.

Pinto también en la terraza de enfrente
un jardín de lápidas cálidas y hermosas.
Trazo como una medusa de bronce,
un paraíso de cadenas hendiendo en mantillo
el valle diminuto que proclama que es frágil
y sin embargo, dirás tú, sobrevive.

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