EL LABERINTO


Minos, Rey de Creta, necesitó del fracaso de su arquitecto, Dédalo. Sólo así pudo darse cuenta de que un laberinto de líneas rectas, que al final acabarían confluyendo en un punto de lógica, de razón geométrica, no era la solución. 
Siempre existiría la posibilidad de que apareciera un nuevo Teseo, una Ariadna enamorada y un maldito hilo. Y, precisamente esta posibilidad era la que debía evitar a toda costa.
Un hombre misterioso y encorvado -del que la Historia no ha conservado nombre, quizás intencionadamente-, apareció por aquellos días en la corte del tirano. Hay quienes opinan que dicho hombre nada tuvo que ver, que fue cosa entera de Minos. Otros, sin embargo, están convencidos de que fue este hombre -a quien nadie, salvo el monarca, escuchó su voz-, quien deslizó la idea en la mente de Minos. Fuera como fuera, el caso es que el Señor de la isla de Creta, decidió encerrar al monstruoso engendro en las ramas de un árbol. De una higuera.
El éxito de su decisión lo demuestran los siglos que allí lleva, sin poder salir, hasta el día de hoy.

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